Ayer asistí a un sermón muy interesante en la Iglesia Bautista de Alameda de Osuna (IBAO), iglesia a la que asisto regularmente. En él, David Rivero continuó con su serie de predicaciones acerca del libro de 1 Corintios, y debo reconocer, que el texto que tocaba esta semana según su calendario de predicación expositiva no era un texto de fácil interpretación, ya que en él se trata la posición de la mujer durante el culto público, de su atavío y del tema de la autoridad del hombre sobre la mujer, todos ellos, temas que suscitan controversia y disparidad de opiniones a día de hoy.
Muchos comentaristas, para evitar tomar una postura firme al respecto de este tema, pasan un poco "de puntillas" sobre este texto, ya que, reconocemos que, en el fondo, se trata de un tema que hoy en día provoca discusión.
En la sociedad post-moderna en la que vivimos, se trata de evitar hablar del tema, porque es "políticamente incorrecto", dicen, y se enarbolan las banderas de la igualdad y la tolerancia por encima de las verdades Bíblicas. Pero Pablo no se "achanta" como hacen otros y trata el tema con rigor y con profundidad, con el objetivo de ser de ayuda y aclarar la duda que le planteaba la Iglesia de Corinto.
Si queréis escuchar el sermón completo (de unos 45 minutos de duración), lo podéis hacer pinchando en el siguiente enlace:
Para aquellos que queráis ver un resumen de lo expuesto, a continuación os dejo los apuntes que tomé durante el sermón (mejorados con la ayuda de Bekah, una de mis alumnas de Escuela Dominical), y así, en poco tiempo, podréis captar la esencia del mensaje.
Espero que sea de bendición para todos.
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Título: Principios de autoridad.
Lectura: 1 Corintios 11:2-16
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Introducción.
Hemos visto durante varias semanas algunas respuestas del
apóstol acerca de las dudas que tenían los cristianos en Colosas, en concreto
hemos tratado el tema del matrimonio y el de los alimentos sacrificados a los
ídolos. Ahora va a entrar a resolver algunas dudas respecto a una tercera duda
de los Colosenses relacionada con la adoración, centrándose en tres aspectos:
— La conducta de las mujeres
— La administración de la cena del señor
— La distribución de los dones espirituales
El primero de los asuntos, es el que vamos a tratar hoy,
y es un asunto de difícil interpretación. Así pues intentaremos responder a la
pregunta: ¿Cuál es el papel de la mujer con respecto a la adoración pública en
la Iglesia? ¿Cómo interpretamos estos versículos (u otros como 1 Corintios
14:35) y cómo los aplicamos en nuestras iglesias hoy en día sin violentar ni
tergiversar la Biblia?
Muchas veces venimos a la Palabra de Dios con nuestras
propias ideas derivadas de nuestro bagaje cultural y las encajamos ahí, o más
bien, lo que tratamos es de encajar la Biblia en las ideas y conceptos
preconcebidos que traemos cada uno. Es evidente que el mundo tiene mucha
influencia en los movimientos que vamos viendo en el seno de la iglesia, y hemos
de reconocer que muchas veces nos dejamos arrastrar, tomando posturas
intermedias que no agradan ni a Dios ni a los hombres. Podríamos decir que "Si el mundo tose, la iglesia coge un catarro"
Por eso hoy Pablo va a tratar el asunto de la conducta de
las mujeres durante la adoración pública y lo va a hacer a través de un
recorrido que tiene tres paradas:
1.- El problema que existía en Corinto.
2.- El problema de la autoridad.
3.- El problema de tener un principio universal y
permanente, y de cómo conjugarlo con la realidad cultural del momento.
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1.- El problema
que existía en Corinto.
¿Cuál era el problema que tenían en Corinto y que suscitó
la pregunta de la iglesia al apóstol? En tiempos de la epístola, los habitantes
de Colosas masculinos y femeninos, apenas se diferenciaban por su vestimenta,
excepto por el hecho de que las mujeres llevaban la cabeza cubierta (sólo el cabello,
no la cara, como ocurre con el velo islámico). Además, no todas las mujeres
llevaban la cabeza cubierta, y las que no se cubrían eran, o bien concubinas de
alguien, o directamente prostitutas, aunque podemos pensar que también, quizá
ya había algunas mujeres que mantenían algún tipo de ideología feminista y no
se cubrían en protesta y reclamación de su igualdad y en aras del derecho que
podían tener a no taparse, igual que hacían los hombres.
No podemos saber si lo que ocurría en el seno de la Iglesia era que las mujeres iban siempre
sin cubrir acudiendo así al culto, o directamente si se quitaban el velo sólo
al entrar en la iglesia. En cualquier caso, como una mujer de buena reputación no iba con la cabeza descubierta, este gesto, sería entendido como indicativo que eran mujeres de mala reputación, y mucho más si ocurría en el contexto de una
iglesia. Por eso, sólo haciendo este gesto, las mujeres distraían a la congregación del espíritu de adoración que debía haber en el seno
de la iglesia, porque la adoración demanda nuestra concentración absoluta hacia el objeto de la misma.
Pensemos en nuestros tiempos. Si entrase a una iglesia y
se sentase entre nosotros una mujer vestida como una "prostituta"
(todos sabemos qué tipo de ropa llevan estas mujeres y las podríamos
identificar sin problemas), sin duda que captaría una gran parte de la atención
y distraería, tanto a mujeres como a hombres, del espíritu de adoración. No
queremos con esto dar a entender que debamos rechazar a estas personas o echarlas
de la iglesia, más bien debemos tratarlos como a cualquier otra persona que
entre en la iglesia, pero debemos reconocer que causaría una gran sorpresa y
revuelo.
El apóstol tenia la autoridad suficiente para decirle a las mujeres de la iglesia que se taparan, pero Pablo no solamente da los principios de conducta sino que se preocupa de explicarlos tanto como sea necesario. Por esta razón sabemos que el texto de hoy no se trata de un ataque de misoginia por parte de Pablo, sino que más bien, lo que trata el apóstol, es de preservar el espíritu de adoración en el seno de la iglesia.
El apóstol tenia la autoridad suficiente para decirle a las mujeres de la iglesia que se taparan, pero Pablo no solamente da los principios de conducta sino que se preocupa de explicarlos tanto como sea necesario. Por esta razón sabemos que el texto de hoy no se trata de un ataque de misoginia por parte de Pablo, sino que más bien, lo que trata el apóstol, es de preservar el espíritu de adoración en el seno de la iglesia.
¿Y cómo nos tomamos nosotros el tema de la adoración?
¿Tengo yo ese celo por el hecho de que mi atuendo y conducta sean apropiados al
espíritu de adoración, o me da igual y soy causa de distracción a mis hermanos?
Ese era el problema que había en Corinto: el culto estaba
siendo despistado o desestabilizado por el atuendo de algunos de sus miembros,
en concreto por algunas mujeres.
2.- El problema de
la autoridad.
Luego, Pablo pasa a hablar del tema de la autoridad. Si
estudiamos profundamente la actitud de Pablo y el contexto cultural de la carta, veremos que no se trata de una
exposición de principios irracional, fruto de su machismo o animadversión hacia el sexo
femenino (como algunos afirman), sino que comprobamos que tiene firmes
fundamentos en la Palabra y en las normas de Dios hacia su Iglesia.
En tiempos de la epístola, el que una mujer llevara su
cabeza cubierta no sólo hablaba de su posición social, sino que es obvio que en aquella cultura, el cubrirse la cabeza también estaba
relacionado con la autoridad que el Señor le había dado
al hombre y el reconocimiento de dicha autoridad por parte de la mujer. Pero cuidado, porque autoridad no es sinónimo de superioridad. La autoridad es un término que muchas veces se
malentiende, porque la autoridad del hombre sobre la mujer no tiene nada que
ver con la superioridad de uno sobre el otro, con el dominio ni con otros aspectos “modernos” que nosotros
solemos meter ahí.
Para evitar confusiones, en el v.3, el apóstol lo aclara
con un ejemplo que no deja lugar a dudas. Pablo ilustra el principio de la autoridad afirmando que “Dios
es cabeza de Cristo”, pero ..... pensemos un poco en esta frase: Cristo es la segunda
persona de la trinidad y, por tanto, es Dios mismo, por lo que, siendo uno sólo, uno no puede ser
en nada superior al otro.
Así pues, Pablo aclara con esta afirmación, que cuando hablamos de autoridad bíblica, no hablamos de posición, sino de función, de la misma forma que Cristo sometió sus funciones a la voluntad del Padre de forma voluntaria.
La aplicación personal de este principio la encontramos en Filipenses 2:5-7, “Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres.”, y aquí vemos que el principio de autoridad es un principio universal, para hombres y mujeres, no sólo para mujeres. Así pues, comprobamos que la autoridad no es un asunto de posición, dignidad o poder, sino de función.
Así pues, Pablo aclara con esta afirmación, que cuando hablamos de autoridad bíblica, no hablamos de posición, sino de función, de la misma forma que Cristo sometió sus funciones a la voluntad del Padre de forma voluntaria.
La aplicación personal de este principio la encontramos en Filipenses 2:5-7, “Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres.”, y aquí vemos que el principio de autoridad es un principio universal, para hombres y mujeres, no sólo para mujeres. Así pues, comprobamos que la autoridad no es un asunto de posición, dignidad o poder, sino de función.
En la Biblia se nos dice que Cristo es la cabeza de la
Iglesia, y es en ese sometimiento voluntario donde hay salvación para el
hombre. Si yo no me someto a la autoridad de Cristo, no alcanzaré la salvación. Si Cristo no se hubiera sometido al Padre, no habría redención para la humanidad, y de la misma forma, si la
mujer no se somete al marido voluntariamente, la sociedad no podría existir según el modelo de Dios, tal y como Él la ha diseñado desde la creación del Mundo.
Por tanto concluimos que la mujer y el hombre son iguales
en valor, reconocimiento y dignidad, y por tanto, la autoridad del hombre no será
usada de forma despótica. Dios ha puesto roles distintos a cada uno. Por parte de la mujer, la sumisión debe ser
voluntaria. Por su parte, el hombre no tiene derecho a abusar de su autoridad, si no
que debe asumir esa autoridad como un rol, como una responsabilidad dada por Dios, tanto más cuanto sabemos que al final, el hombre tendrá
que dar cuentas ante Dios de su forma de administrar esa autoridad. Así, en el
seno de una familia cristiana, el hombre no abusa de su autoridad usándola
con tiranía, sino que la usa para buscar el mayor bien de la familia, y la mujer se somete voluntariamente a esta autoridad con el mismo fin. Dios mismo quiso que esto fuera así (vers. 7, 8 y 9)
Hay quien, evita el problema de la autoridad, diciendo
que como ahora estamos libres del pecado, en la libertad que tenemos en Cristo
ya no se aplica este principio. El problema es que este principio de autoridad
viene dado por Dios antes de que el pecado entrara en el mundo, allá en el
huerto del Edén, cuando Dios creó al hombre y la mujer, por lo que su
aplicación no depende de nuestra libertad del pecado que tenemos ahora por
medio de Cristo.
3.- El problema de
tener un principio universal y permanente, y de cómo conjugarlo con la realidad
cultural del momento.
Entonces, ¿Recomendaremos a nuestras mujeres que vayan
con la cabeza cubierta a la iglesia? Nuestra respuesta es que “No”, porque hoy
en día este acto no tendría ninguna trascendencia, ni transmitiría ningún
mensaje (más bien provocaría el efecto contrario, distrayendo a la gente de la
adoración por ser un atuendo poco convencional). Entendemos que hoy en día no
se escandalizaría nadie, ni se desestabilizaría o despistaría a la iglesia por el
mero hecho de que una mujer no venga con la cabeza cubierta.
Sin embargo, los principios de fondo, el de evitar la
distracción de la congregación durante la adoración a Dios, o el de la
autoridad del hombre sobre la mujer, son vigentes hoy, aunque la forma práctica
de demostrarlo expresada en esta epístola ya no sea vigente y haya quedado
obsoleta. Pero debemos tener en cuenta que hay otras formas, más actuales, para
mostrar estos principios universales de forma externa, a las cuales sí que
debemos prestar atención.
Debemos entender por tanto que aquí hay principios
permanentes y universales que son los que debemos hacer esfuerzos en seguir,
pero la forma en la que pongamos estos principios en práctica depende del momento.
Debemos tener celo por el acto de adoración hasta el
punto de que hagamos el mayor de los esfuerzos por no despistar a nuestros
hermanos. Pensemos, ¿Es para nosotros la adoración un acto solemne y de suma
importancia, o lo tomamos a la ligera? ¿Ponemos el posible despiste o escándalo
de nuestro hermano débil por delante de nuestra propia libertad para vestir de
la forma que quiera? ¿Qué imagen estoy dando? Recordemos que no todo conviene, no todo edifica, no debemos ser tropezadero para otros. Tenemos que ser sensibles.
Y surge otra pregunta más. Como hombres, ¿Nos sometemos voluntariamente al Señor? ¿Nos sometemos voluntariamente a
las autoridades que Dios ha puesto por encima de nosotros? ¿Tomamos esa
autoridad como algo que viene del Señor? ¿Es el propósito principal de nuestra
vida el glorificar a Dios y a Su nombre también en este aspecto?
El asunto de la autoridad no es un asunto popular, sino que más bien es un asunto que nos rechina y tratamos de evitarlo, pero la autoridad aplicada según los principios morales de Dios no
sólo es algo bueno, sino que es necesario para que el mundo funcione bien, según Su
voluntad. Dios dio ejemplo por medio de Cristo, y también dejó a la Iglesia como ejemplo para la
sociedad. ¿Somos nosotros ejemplos en el asunto de someternos a las autoridades puestas por Dios sobre nosotros?
Reflexión final: Tenemos que someternos al señor. Rindámonos a Él y en esa rendición estará nuestra
victoria.
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