domingo, 15 de noviembre de 2020

El Pacto de Mi Paz (Isa. 54:1-55:13)

 


Sermón de David Rivero. 15/11/2020

Título: El Pacto de Mi Paz.

Lectura: Isa. 54:1-55:13


Aclaración: Estas notas han sido recogidas “sobre la marcha”, por lo que pueden contener algún error de transcripción. Ante cualquier duda, acudir al sermón original publicado en la página web de la Iglesia Bautista Alameda de Osuna: http://www.ibao.es


Introducción.

Lectura: Isa. 54:1-55:13


Hay dos expresiones favoritas del apóstol Pablo: “En Cristo”, que aparece más de 70 veces, y “Cristo en el Creyente”, que es básicamente lo mismo pero visto desde otra perspectiva (Rom. 8:10, Gal. 2:20).


Ambas expresiones hablan del vínculo íntimo que quiere tener Dios con nosotros. Dios nos ha creado para tener comunión con nosotros. De hecho se paseaba por el jardín del Edén para tener una relación con Adán y Eva. 


Pues esa unión con Cristo y esa unión de Cristo con el creyente es algo que el Señor ha querido darnos desde el Antiguo Testamento (Col. 1:27). Y ¿Dónde lo ha hecho? En todo el A.T., y concretamente lo hace en el pasaje que estamos estudiando hoy, donde esa unión de Dios con el creyente y del creyente con Dios es el meollo del pasaje.

El A.T. usa 4 figuras literarias para representar esta relación recíproca que quiere tener Dios con los suyos.

  • Un padre con un hijo. (Deut. 1:31, Psa. 103.)
  • Un amo con su siervo.
  • Un pastor con sus ovejas (Psa. 23) 
  • Un esposo con su esposa, que es la que tenemos en este pasaje. (Is. 54:5, Jer. 31:32)

Y es de esta relación de la que vamos a hablar en el estudio de este pasaje: La fidelidad del esposo aún cuando la esposa no está siendo fiel.

Recordemos que este capítulo viene después del cap. 53 donde el Señor habla de que Dios ha mandado a ese esposo, al Siervo Sufriente, para hacer lo que no se podía hacer. Y también habla de que el pueblo de Dios va a ser llevados al exilio, pero eso no quiere decir que Dios se haya “divorciado” de su pueblo, porque volverá a rescatarlo.

En Is. 53:10 se nos dice que aquello para lo que vino, será hecho, rescatará a su esposa, pero no sin padecer.

De la misma forma que en el cap. 53 se habla de Cristo como cabeza del reino, ahora se habla de la esposa. Y lo que sigue insistiendo es que aunque estén en el exilio en Babilonia, Dios no los abandonará.

Así que, con esto en mente, hoy vamos a ver los siguientes puntos, que representan la enseñanza de Dios contenida en este mensaje:

  1. Promesas a la estéril. 
  2. La señal del arcoíris. 
  3. Gemas.
  4. El herrero.
  5. El llamado del Evangelio.
  6. Una condición necesaria.
  7. Pensamientos embarrados.
  8. El éxito seguro de la obra evangelística.


1. Promesas a la estéril.

Fijémonos en Isa. 54:1. Sabemos que Israel estaba disminuido porque la nación que se había dividido, había sido reducida a un reducto que es Judá tras desaparecer las 10 tribus del Norte. Ahora se nos presenta a esta Judá como una mujer esteril, que es la misma figura que ya usó Isaías en Isa. 4.

Para una mujer, el no tener hijos era un oprobio, una desgracia. Esa era la cultura de aquella época. Y aquí, el Señor pone una comparación (sin mencionarla) a Sara, la mujer de Abraham, la cual es la “esteril” por antonomasia. Y sabemos esto, porque Pablo hace esta asociación de ideas al referirse a este pasaje en Gal. 4:26-27.

En Isa. 54:10 se habla del pacto y en Gálatas se habla de la relación entre el pacto y lo que pasó con Sara.

Hablemos un poco de esta relación:

Abraham, ya mayor, recibe la promesa de que tendría descendencia, a pesar de que su mujer, Sara, era estéril. Los dos hijos de Abraham, uno de Agar y otro de Sara representan al hijo de la promesa y al hijo de la incredulidad.

Estos dos hijos representan las dos formas que tienen los hombres de relacionarse con Dios. Ismael, la incredulidad, intenta tener una relación con Dios a través del esfuerzo humano. Isaac, la fe, representa la relación basada en lo imposible y en lo que sólo Dios puede hacer por gracia, cuando nosotros no podemos hacer nada por nosotros mismos. Pablo, en Gal. 4:23, lo resume perfectamente. Ismael representa los esfuerzos del hombre por ganarse la relación con Dios por méritos propios, pero la relación con Dios es una relación basada en la gracia inmerecida de Dios.

Y por eso, lo que hacemos nosotros por nuestros propios medios, nos esclaviza en el sentido de que no nos da la relación con Dios que buscamos, y eso nos lleva a seguir intentándolo de forma infructuosa por siempre. Pero no tendremos éxito. Sólo tenemos que esperar en el Señor, con fe, con confianza en que Dios obrará, y esto nos llevará a obtener su gracia y esta relación íntima que buscamos con Dios.

Y es esta fe, la que cree que las cosas imposibles son las que Dios hace posibles, es lo que Judá necesitará en Babilonia durante el exilio que van a tener que pasar.

Sólo tendrán que rendirse a Dios y no intentar encontrar una solución al problema por ellos mismos. Tienen que confiar en Dios y en sus promesas, como al final tuvieron que hacer Abraham y Sara.

Hay veces que lo que toca es esperar. Justo ahora estamos en medio de una pandemia, y algunos se preocupan preguntándose: ¿Qué va a pasar con la iglesia? ¿Qué podemos hacer para que la gente no se vaya de las iglesias? ... y cosas así. Pero Dios nos dice que tengamos confianza en Él y esperemos con fe a que Dios cumpla sus promesas (Gen. 12:2-3)

Y sabemos que estas promesas se aplican a nosotros, a la Iglesia del Señor, la cual es el nuevo Israel de Dios (Gal. 6:16).

Ya en el primer siglo, el Señor estaba cumpliendo lo que prometió a su pueblo, cuando los primeros apóstoles, no sólo recibían a los que venían a ellos, sino que salían a las naciones a proclamar el evangelio.

Esa Iglesia que es la descrita en el v.4. La experiencia de Judá en Babilonia sería de abandono (v.7-8). La realidad que iban a vivir era de tiempos tensos y difíciles por causa de su situación pecaminosa, pero no sería para siempre. Dios no entregó carta de repudio a Judá, nunca se divorció de ella.

Así Dios confirma Su amor eterno por su Iglesia (Is. 54:5-8). A veces, pensando en el profeta Isaías, tendemos a pensar que eran pobres hombres que siempre daban malas noticias, pero, la realidad es que eran personas que se deleitaban en contar las bondades y misericordias que Dios tendrá para un pueblo que no lo merece: Isa. 30:18, Isa. 49:10-13, Isa. 51:3, Isa. 54:8, Isa. 60:10, Isa, 63:7...

Los profetas no eran aguafiestas. Hablaban de lo malo que hacía el pueblo y de cómo Dios estaba buscando constantemente hacerles el bien, aunque no lo merecieran.


2. La señal del arcoíris. 

Y esta idea no es flor de un día. En los v.9 y 10, el profeta hace una referencia a Noé y a aquellos días en los que Dios hizo un pacto diciendo que no volvería a arrasar la tierra con agua. 

De alguna forma se dice que el pueblo pasaría por la misma angustia que en tiempos de Noé, pero recuerda que Dios hizo un pacto con su pueblo y tendrá misericordia de ellos.

Y aquí se habla de dos aspectos de esta situación:

  •    Misericordia: amor inquebrantable.
  •    Pacto de paz.

Toda la escritura se basa en que Dios tiene una relación federal con su pueblo (federal, del latín “fides”, habla de pacto, de compromiso). Dios le recuerda a su pueblo que su amor es un amor basado en un pacto.

Dios ya hizo un primer pacto en Gen. 3:15, prometiendo librar a los hombres de la mordedura de la serpiente a través de su descendencia. Y más adelante lo volvió a hacer con Noé (Gen. 6:18, donde establecer no habla de hacer algo nuevo, sino más bien de confirmar algo que ya estaba vigente). Y para que no se olvidara deja una señal visible a todos: El Arco Iris.

Es interesante que cuando Juan habla en Apocalipsis de su visión del gran trono blanco, lo presenta rodeado por un arco (Ap. 4:3). A Dios le encanta bendecir, pero no puede tolerar el pecado.

Y como en los días de Noé, está sucediendo ahora.


3. Gemas.

En los v.11-12, vemos cómo esa esposa que no era para nada atractiva, será hermoseada y engalanada. 

La visión que tenían los pueblos del Judá que fue al exilio, era de un pueblo desconchado, derruido, lleno de escombros. Pero ese mismo pueblo volverá triunfante y será un pueblo hermosos y deslumbrante (Ap. 21)


4. El herrero.

El Señor introduce aquí, a través de Isaías, la imagen del herrero (v.16-17). Nuestra relación con Dios, al no depender de nosotros, sino de Dios, no puede ser rota por nada ni por nadie (Rom. 8). 

Dios dice que es el herrero que está forjando las armas que serán usadas en la guerra y que garantizarán el éxito del pueblo de Dios.

Dios está para defendernos, de Babilonia y de cualquier otro que quiera destruir al pueblo del Señor. En Isa. 44 vemos que Isaías ya ha usado la figura del herrero, pero era un herrero humano que se dedicaba a crear ídolos que eran causa de que el pueblo de Dios se apartara de Dios. Ahora Dios es el herrero que forja armas para garantizar que nadie pueda separar a Su pueblo de sí mismo.

Cualquiera que se levante contra el pueblo del Señor, será mantenido a raya por el propio Dios. Y esto lo vemos durante el exilio con Ciro. Daniel fue echado a los leones y Dios le libró, lo cual fue evidencia para Ciro de que Dios protegía a Su pueblo. Ninguna espada, ni león, ni dificultad, se enseñoreará del pueblo del Señor.

Dios dice y Dios hace. Esa es nuestra confianza.


5. El llamado del Evangelio.

Ahora, cambiamos de escenario, y vemos que el Señor se presenta como un vendedor ambulante. Además se presenta personalmente. De hecho todo el capítulo 55 se escribe en primera persona.

Aquí Dios se presenta y hace una oferta: Is. 55:1-2. ¿No es esto lo que hace el Señor con la mujer samaritana en el pozo de Sicar?. Esta mujer había llevado una vida disoluta, y el Señor le dice que bebiendo el agua del pozo, seguirá teniendo sed, pero si bebiere de su agua, no volvería a tener sed. También vemos que Jesús se presenta como el pan que quita el hambre de forma permanente (Jn. 6:35)

Esta es una oferta que Dios hace, pero hay tres características que hay que tener en cuenta:

  • Los receptores de esta oferta son verdaderos necesitados, como los que fueron invitados a la cena del rico (Luk. 14:21). La oferta es para los que no traen nada (Ef. 2:1)
  • Dios hace esta oferta de una forma sincera. Por un lado Isaías nos habla de que todo esto es para el pueblo escogido, lo cual implica que hay otro pueblo que no lo es. Y la oferta es una oferta de salvación.

En Isa. 41:8 ss. habla de que Dios ha escogido un pueblo, pero la invitación de Dios es universal para que vengan a Él (Isa. 1:18). También en Isa. 45:22 lo vemos. Así que, ¿Cómo compaginamos esto? Esto tiene que ver con la voluntad decretiva de Dios y la voluntad preceptiva de Dios.

La voluntad decretiva de Dios es lo que Dios ha decretado y que será ejecutado de forma segura.

La voluntad preceptiva de Dios, sin embargo es lo que Dios manda al hombre y que no siempre el hombre responde de forma adecuada.

Y es por eso que Dios dice en este contexto estas palabras que nos resultan tan familiares: Isa. 55:8-9. Dios en Su voluntad ha decretado que algunas personas serán salvas y sólo esas serán salvas, pero sin embargo no quiere que ninguno se pierda, pero a su precepto el hombre no responde en la forma correcta.

“Dios mismo expresa un deseo ardiente de que se cumplan ciertas cosas que en Su inescrutable consejo no ha decretado que se cumplan. 

Esto significa que hay una voluntad para que se realice lo que no ha querido decretar, un agrado hacia lo que no se ha complacido en decretar. 

Esto es ciertamente misterioso, y se esconde en el consejo soberano de us voluntad el por qué no ha cumplido, en el ejercicio de su poder y gracia omnipotentes, lo que es Su placer ardiente.

Sin embargo, no debemos albergar ningún prejuicio contra la noción de que Dios desea o se complace en el cumplimiento de lo que no ha querido decretar.” John Murray (1898-1975)

  • Esa oferta es un llamado de gracia: Dios llama a comprar sin dinero. (Isa. 55:1, cf. Rom. 3:24-28).

Y esto hay que enfatizarlo (que la salvación es de pura gracia) porque nos va a llevar, de forma inexorable al siguiente punto.


6. Una condición necesaria.

El Señor nos dice a renglón seguido que, aunque es una oferta gratuita, hay que cumplir una condición: Hay que arrepentirse, hay que apartarse de nuestro mal camino (Isa. 55:7).

A la iglesia no hay que traer nada, pero hay que venir arrepentido, reconociendo que el camino de pecado desagrada al Señor.


7. Pensamientos embarrados.

Y esto que tanto desagrada al Señor no es algo ajeno a nosotros. A veces pensamos que Dios está en otro nivel de cosas y no se preocupa de lo que hacemos. Así empequeñecemos a Dios y pensamos que no se ocupa de Su pueblo, pero sabemos que el Señor, en su Palabra, nos ha revelado otra cosa. 

Esa es la pregunta que Dios nos hace a todos hoy, ¿Estas andando tus propios caminos o estás andando los caminos del Señor? ¿Somos como Ismael o como Isaac.


8. El éxito seguro de la obra evangelística.

El Señor ha decretado que tiene un pueblo que no merece ser llamado esposa de Dios, que será llevado al exilio y allí será purificado, y luego será traído de nuevo a la tierra prometida. Y esto es algo ciertísimo.

Nosotros somos como Judá. Oremos para que el Señor obre en aquellos a los que nosotros hablamos, porque la Palabra de Dios no vuelve vacía (Isa. 55:11). La Palabra de Dios es eficaz en el 100% de los casos. En algunos, la obra de la Palabra de Dios es para juicio, y en otros para salvación, pero siempre cumplirá Su propósito.

Dios producirá esa regeneración de la que habla Isa. 55:12-13. Por eso Pedro terminando su segunda carta escribe que nosotros esperamos cielos nuevos y tierra nueva. La propia creación gime esperando la redención.

Si somos hijos de Dios, no esperemos más y presentémonos ante Dios como un sacrificio vivo. Pensemos que nuestra fe está basada en un Dios que quiere sinceramente salvarnos. No busquemos excusas. 

Como dice Heb. 12 ya hay santos que están animándonos a que corramos la carrera de la fe y lleguemos victoriosos a la meta para recibir el galardón prometido.


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