domingo, 22 de noviembre de 2020

Una casa de oración (Isa. 56:1-57:21)

Sermón de David Rivero. 15/11/2020

Título: El Pacto de Mi Paz.

Lectura: Isa. 56:1-57:21


Aclaración: Estas notas han sido recogidas “sobre la marcha”, por lo que pueden contener algún error de transcripción. Ante cualquier duda, acudir al sermón original publicado en la página web de la Iglesia Bautista Alameda de Osuna: http://www.ibao.es


Introducción.

Lectura: Isa. 56:1-57:21

El cap. 56 empieza una sección del libro de Isaias. Del 40 al 55 tienen que ver con acontecimientos que sucederían en el cautiverio de Babilonia y con la vuelta a casa del pueblo de Dios. El resto de capítulos, hasta el final, se dedican a esa tierra patria, a esa tierra que es tan mala y repugnante que Dios la tiene que vaciar para luego hacerlos volver una vez limpiada. Y hay varias partes, siendo del 56 al 59 vemos que la tierra prometida era una tierra sembrada de mucha corrupción, y el Señor dice que enviará al lipiador a limpiar la tierra.  

Pero este pasaje no está desconectado de lo anterior. En Isa. 55:7 se habla del requisito del arrepentimiento para abrir el camino de la bendición de Dios a los habitantes de esta Tierra. Y también lo repite en el cap. 56. Ellos tenían que arrepentirse como señal de su compromiso con Dios.

Si queremos asegurar nuestra relación con Dios, tenemos que arrepentirnos de nuestros pecados, y entonces, el pueblo de Dios llegará a lo que se habla en los últimos capítulos: la gloria de Sión. Dios proveerá el camino a través del siervo sufriente, pero nosotros debemos arrepentirnos, debemos abandonar las prácticas del mundo y debemos enfocarnos en nuestro llamamiento. Es el mismo mensaje que dió Juan el Bautista o del mismo Cristo.

Así que, con esto en mente, hoy vamos a ver los siguientes puntos, que representan la enseñanza de Dios contenida en este mensaje:

  1. Una casa de oración.
  2. Perros mudos y atalayas ciegas.
  3. Una apostasía descarada.
  4. La morada de Dios.
  5. Bienaventurados los pobres en espíritu.
    1. Dios habita con su pueblo.
    2. Dios mora con el humilde.
    3. Dios mora con los que confían en Cristo.


1. Una casa de oración (Isa. 56:1-8)

Isaías eleva las expectativas anunciando que la venida del Mesías era inminente (Isa. 51:5). Aún harían falta 700 años, pero era importante que el pueblo del Señor estuviera preparado para la llegada del Rey, del Señor, del Salvador. 

Al comienzo del cap. 56 encontramos unas palabras parecidas (Isa. 56:1). Así, los que han recibido el bien supremo de la salvación, deben estar preparados y esforzarse en ser justo. Isaías, en el cap. 5 y 6 pone de manifiesto la importancia en las que el hijo de Dios debe ser Santo, y ahora pone varios escenarios:

  • Hacer justicia (v.1)
  • Guardar nuestra mano de todo mal (v.2)
  • Guardar el día de reposo (v. 2)
Y esto último, es tan importante que Isaías lo va a repetir hasta en 5 ocasiones en los próximos versículos. Y santificar el día de reposo es muy importante por varias razones: 

     A) Es una forma de demostrar que el tiempo que vivimos (nuestras vidas) son de Dios.

     B) Es una manera de mostrar amor por Dios (v.6). De hecho, en Isa. 58:13 pone que guardar el día de reposo es una forma de venerar a Dios y es una señal de que abrazamos Su pacto (Isa. 56:4). Esto es algo que está establecido desde la creación. Como el Señor descansó, quiere que nosotros descansemos (Exo. 31:13).

En Jn. 14:15 dice el Señor que debemos guardar sus mandamientos si es que amamos al Señor. Y como en este versículo, muchos otros (Jn 15:14 y 1Jn. 5:2-3, entre otros). Y esto no es una losa, sino una bendición.
Y de hecho, esta bendición es algo que está preparado también para los extranjeros, no sólo para los del pueblo de Dios (v.3). Al pueblo de Dios vendrá gente de todas las naciones (v.8).

Al hablar de los eunucos en los v.3 y 4 se habla de una discapacidad personal que puede ser debida a un defecto de nacimiento o algo accidental, pero lo que parece entreverse en el contexto es que algunos en su culto a otros dioses, habían mutilado sus propios cuerpos o los de los suyos, de forma que quedaban excluidos de la comunión con el Señor, según la ley Judía, pero ahora, viniendo al conocimiento verdadero de Dios, se encuentran con unas marcas en su cuerpo que le suponía un impedimento. 

Sin embargo aquí, lo que dice Isaías, es que lo único que deben hacer es arrepentirse, y con eso, serían incorporados a la gloria de Dios. Y para ellos se ha escrito el v.5, el cual tiene mayor importancia sabiendo que el problema del eunuco era que no podía tener descendencia, que no tendría nadie que perpetuara su nombre. 

La perpetuidad del nombre era algo muy importante para la gente del pueblo de Israel (2 Sam 18:18). En conclusión, nadie está tan lejos de la gracia como para que el Señor le aparte de Sí. Dios es el que nos elige, y es el que nos recordará perpetuamente. Su promesa es de vida eterna (v. 13), pero su condición es que nuestra vida sea una vida de arrepentimiento. 

Dios nos invita a entrar en Su casa independientemente de nuestra condición, pero ¿Cómo denomina el Señor a su casa? (v.7) Casa de oración.

El templo, era un sitio en el que olía a sacrificios. Había sangre derramada y olor a sangre y carne quemada. Era algo desagradable, pero sin embargo, Dios le llama “casa de oración”.

Así se le llama, por ejemplo, en Jer. 7:11, y cuando Cristo llega a Jerusalén, encuentra el templo convertido en un centro comercial, y lo que cita, precisamente es este pasaje de Isaías (Mar. 11:17), y también cuando Pablo escribe a Tito, en el primer cap. le dice que le escribe estas cosas para que sepa cómo conducirse en la casa del Señor.

La importancia del texto es que la casa del Señor sea un lugar en el que el Pueblo de Dios se acerque al Señor a adorarle y alabarle. Y ¿En qué hemos convertido nosotros a la Iglesia? ¿De qué hablamos con nuestros hermanos? Muchas veces nos perdemos en hablar de nuestras cosas y lo que incumbe al Señor nos parece largo y tedioso.

Si nos damos cuenta, del Psa. 115 al 134, encontramos los cánticos graduales. Eran cánticos que el pueblo cantaba cuando se acercaban a Jerusalén. Y era el cántico de los adoradores que iban al pueblo. Esto cánticos se cantaban para llenar las mentes de los peregrinos del Señor y sus bendiciones, y no perderse en “sus cosas”.

Por eso, cuando venimos a la Iglesia, no debemos perdernos en nuestras cosas, sino centrarnos en el Señor, porque la casa del Señor debemos verla como casa de oración. Y si no estamos mirando al Señor, le estamos dando la espalda.

Para hacer nuestras cosas tenemos 6 días a la semana, guardemos este día para adorar al Señor, porque vendrá un día en el que venga el vengador y separará el trigo de la paja.


2. Perros mudos y atalayas ciegas (Isa. 56:9-12)

Este término de perros mudos y atalayas ciegas se aplica a los líderes del pueblo, no sólo a los espirituales sino a cualquier tipo de lider. Todo esto que ocurría entre el pueblo, sucedía de alguna forma porque los líderes lo permitían.

De hecho, en el v.10 se describe a estos líderes como “atalayas ciegos”, vigías que no ven, que son inútiles, y también como “perros mudos”, que en lugar de defender los bienes de su dueño, duermen y no ladran.

Y, como dice el v. 11, esos perros son comilones e insaciables. Y los pastores mismos no saben entender. Pero recordemos que cada uno de nosotros es columna y baluarte de la verdad, es sacerdote. Y como tales es nuestra responsabilidad escudriñar las escrituras y determinar si aquellos que nos hablan del Señor dicen verdad o mentira. Pero a veces estamos como esos perros mudos, dormitando, comiendo hasta la saciedad, tomando vino y embriagándonos (v.12). Si estamos así, cualquiera que venga podrá apartarnos de Dios y llevarnos por mal camino.

En Jam. 3:1 se habla de la responsabilidad extra que tienen algunos: pastores, padres, esposos... Y tenemos que estar muy conscientes, muy despiertos para no ser atalayas ciegos ni perros mudos.

En Jer. 10:21 Dios advierte contra este tipo de pastores. (cf. con Jer. 12:10). La Iglesia es la niña de los ojos de Dios, es su amada, y no pasa por alto lo que se hace contra ella. Y por eso Jeremías concluye con , Jer 23:1-4. Y por último, en Jer. 50:6 se nos dice lo mismo, pero desde el punto de vista de las ovejas y no del pastor. Hasta Judas habla de estos pastores que son manchas en nuestros ágapes.


3. Una apostasía descarada. (Isa. 57:1-17)

Aquí, vemos cómo cuando los vigías no hacen lo que tienen que hacer, ni los perros tampoco, se cuela el enemigo. Y en el pueblo de Israel llevaban muchos años en los que los líderes y pastores no hicieron lo que tenían que hacer, y poco a poco, la tierra santa del Señor se llenó de ídolos y la apostasía era galopante (Isa. 56:9-12).

Y sobre ese contexto empieza el cap. 57 que describe al apostasía tan descarada que se vivía en el pueblo de Dios. Y comienza hablando de Manasés que habría de venir. Manasés era un hijo de Ezequías, el cual fue el 4º Rey que coincidió con el tiempo de Isaías. Y este Manasés hizo lo malo ante Dios (2 Kin. 21:16) y esto fue así porque en aquella época se rendía culto a muchos Dioses paganos, llegando a rendirles culto de las formas más horrendas, llegando a sacrificar a su propio hijo a los ídolos (2 Kin. 21:6). 

La cuestión es que si empezamos a salirnos de la Palabra de Dios en el culto a Dios, y empezamos a introducir nuestras propias formas de culto, ya no habrá límites. Podremos incorporar lo que queramos. De hecho Ezequías fue protagonista de un avivamiento en el pueblo de Dios, pero duró poco, porque vino su hijo y lo deshizo todo (2 Kin. 21:3-6). Esa era la situación de apostasía de la Iglesia en aquella época, pero parece que estamos hablando de muchas iglesias actuales, del S. XXI.

Pero a pesar de eso, el Señor tiene una promesa (v.2) (cf. Psa. 116:15). 

Parece que Isaías quería llevar una palabra de confianza y aliento a su pueblo. Los verdaderos creyentes pueden descansar en paz confiando en que Dios salvará.

A continuación se describe todo tipo de pecado: hechicería, burla, delitos sexuales, sacrificios infantiles, idolatría, hasta meter en el templo del Señor imágenes amonitas. Y cuando terminan de hacer todo esto, vais a peor y hacéis peores cosas.

Pues si hemos hecho todo esto, cuando el Señor mande a su vengador, que confíe en esos falsos dioses para librarle (v.13)


4. La morada de Dios (Isa. 57:18-21)

Y a continuación se dan algunas promesas regada con semillas de amenazas por su pecado. 

En Isa. 3:13-14 se nos dice que Dios está airado con su pueblo, pero esto no durará para siempre (v. 16). Para los que están arrepentidos y lo confiesan, hay un mensaje de paz (cf. Isa. 48:22). Esta es la promesa de Dios. 

El Señor quiere que su mensaje sea un mensaje de un Dios airado contra el pecado de su pueblo, pero esa ira no será para siempre, sino que habrá quienes se arrepientan y reciban las promesas de paz de parte de Dios. Si Dios es así, ¿Quién no quiere estar cerca de Dios? Pero no podemos acercarnos a Él de ninguna fuerza, sino que es Él el que viene a nosotros a través del Espíritu Santo.

Dejemos de intentar llegar al Señor por nuestros medios, por nuestros ritos. Esa no es la manera. Pidamos al Señor en oración que Dios venga a nosotros y haga su obra en nosotros.

 
5. Bienaventurados los pobres en espíritu (Isa. 57:15)

   5.1. Dios habita con su pueblo.

En el trato de Dios con el pacto con su pueblo hay una promesa recursiva: “Yo estaré con vosotros” (Gen. 36:2, Exo. 3:12, también a Josué, Isa. 43:5, Cristo sería llamado Emanuel: “Dios con nosotros”, y nos dijo que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo).


   5.2. Dios mora con el humilde.

La referencia de Isaías al quebrantado y al humilde de espíritu nos recuerda también otros pasajes de las escrituras: Psa. 34, Psa. 147:3, y también el principio del Sermón del Monte.


   5.3. Dios mora con los que confían en Cristo.

Dios habita en un monte alto, pero también en el corazón contrito y humillado del pecador. Es cierto que muchas veces nos sentimos humillados y con el corazón contrito, pero cuando otras circunstancias humanas externas a Dios nos llevan a clamar a Dios, eso dura poco. 

Por eso, este quebrantamiento, este corazón humillado en el que el Señor habita, es el corazón que se humilla al ver el pecado en el que vivimos nosotros cada día.

Debemos examinarnos, para saber si nuestro quebrantamiento viene por observar nuestro pecado o vino por alguna circunstancia externa que nos llevó puntualmente a clamar a Dios. 

Fijémonos en lo que dice Isa. 61:1-3. Este pasaje nos muestra una imagen del paraíso, el lugar que Dios hizo para tener comunión con Dios y del cual fuimos echados por nuestro pecado. Y la voluntad del creyente es volver a vivir de esa forma perfecta diseñada por Dios, en comunión con Él. 

Pero no hay otra manera de entrar, no hay crédito alguno, ni hay otro camino fuera de Cristo. ¿Hemos renunciado a cualquier acto religioso que hayamos podido hacer por conseguir estar bien con Dios? Reconozcamos que somos apóstatas, que desperdiciamos nuestras vidas en cosas fuera de Dios.

Pero el pasaje termina con un aviso: “No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos”. ¡Cuidado! El Señor no puede cohabitar con el pecado. Lo único que vale para tener paz con Dios es pedirle a Dios que nos depure y nos limpie y que seamos nuevas criaturas en Él.

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