domingo, 6 de diciembre de 2020

La gloria de la Iglesia (Isa. 60:1-22)

Sermón de David Rivero. 06/12/2020

Título: La Gloria de la Iglesia.

Lectura: Isa. 60:1-22


Aclaración: Estas notas han sido recogidas “sobre la marcha”, por lo que pueden contener algún error de transcripción. Ante cualquier duda, acudir al sermón original publicado en la página web de la Iglesia Bautista Alameda de Osuna: http://www.ibao.es


Introducción.

Lectura: Isa. 60:1-62:12.

Hoy vamos a ver los siguientes puntos, que representan la enseñanza de Dios contenida en este mensaje:

   1. Las palomas vuelven al palomar (60:1-9)
   2. Conquistados, pero no vencidos (60:10-16)
   3. Un vislumbre del cielo (60:17-22)
      3.1. Lugar de verdadera felicidad.
      3.2. Lugar de adoración.
      3.3. Se alaba la salvación.
      3.4. Se alaba a Dios.
      3.5. Sólo para justos y redimidos.
      3.6. No está lejano.


Estamos acostumbrados a ver que las iglesias de hoy en día están mayormente formadas por gentiles (no judíos), pero en tiempos de Isaías esto no era así. En aquellos tiempos las iglesias estaban formadas por judíos. De hecho para algunos eran impensable que dentro de la Iglesia hubiera gentiles. Por eso lo que dice Isaías hablando del futuro de la Iglesia podía ser sorpresivo para algunos. 

En estos últimos capítulos de Isaías se habla de esa afluencia futura (presente ya para nosotros) de muchos gentiles a la Iglesia. Pero de hecho va más allá, porque no solo habla de la iglesia aquí en la tierra, sino que también habla de la Iglesia en el cielo, de la Nueva Jerusalén. Los que toman una perspectiva literal de este pasaje tendrían que explicar cómo se reincorporarán los sacrificios animales en el futuro (Isa. 60:7 cf. Heb), o cómo al hablar con la mujer samaritana el Señor le dice que el lugar de adoración ya no es importante, sino que ahora el Señor habiendo dejado obsoleta la necesidad de un templo (porque Jesucristo es nuestro templo) sino que el Señor busca adoradores que le adoren en espíritu y en verdad.

Así que Isaías habla de la incorporación de los gentiles pero va más allá. E Isaías usa varias imágenes.


1. Las palomas vuelven al palomar (60:1-9)

La primera será la de las palomas volviendo a los palomares (v.3). Y vemos cómo esto empieza a tener su cumplimiento con la venida de Cristo, cuando la luz de la estrella que guiaba a los Magos de Oriente se posaba sobre el lugar donde estaba Cristo.

Y en el v.6 se dice que traerían regalos (Psa. 72:10) y que vendrían con camellos desde las zonas orientales (Madián y Efa), tal y como se indica en el v.5 y 6.

Y la imagen hermosa de las palomas volviendo a sus casas (como las palomas mensajeras que buscan volver al lugar donde pertenecen), se encuentra en el v. 8.


2. Conquistados, pero no vencidos (60:10-16)

Y continua diciendo que esos extranjeros que vendrán de entre los gentiles para edificar los muros y que la obra misionera hará que de todas partes vayan a llegar de tal forma que las puertas estarán siempre abiertas (Apo. 21:25)

Y los reyes de la tierra vienen a servir al Rey del cielo, pero no vienen encadenados, sino de forma voluntaria, a adorar al Señor.

Y eso empezará a tener su cumplimiento con Artajerjes (con Esdras y Nehemias) cuando financió la reconstrucción de los muros de Jerusalén y del propio templo.


3. Un vislumbre del cielo (60:17-22)

A continuación se nos presenta un vislumbre del cielo. Respecto a esa nueva Jerusalén, este pasaje nos da algunas verdades que iremos repasando: 


   3.1. Lugar de verdadera felicidad. 

Será un lugar de felicidad (v.11-14). Aunque nos veamos en esta provisionalidad sabemos que el Señor es nuestro salvador y esta es su Iglesia, y Él la llevará hasta el cumplimiento de su propósito (con esto en mente es bueno leer Apo. 21).


   3.2. Lugar de adoración. 

Será un lugar de adoración y alabanza (v. 15-18). Nuestra dedicación en el cielo será alabar al Señor. Y ¿Por qué estaremos alabando al Señor? 


   3.3. Se alaba la salvación. 

La esencia de la alabanza es nuestra salvación (v.18). Por eso cantamos de la salvación del Señor (Isa. 26:1). 


   3.4. Se alaba a Dios. 

Y el objeto de nuestra adoración será Dios mismo, que es el que ha propiciado nuestra salvación (1Jn. 3:2). Dios mismo es nuestra luz, luz que no se apagará (tal y como describe Juan en Apocalipsis al decir que en la Nueva Jerusalén no hace falta luz ya que la luz del Señor iluminará todo.


   3.5. Sólo para justos y redimidos. 

E Isaías hace hincapié en un detalle importante: Este cielo no es para todos, y para esos que no estarán Isaías escribe el v.12. No por pertenecer a una iglesia evangélica entraremos en esa nueva Jerusalén. Sólo los justos y redimidos por el Señor entrarán. Sólo los que dicen “Ay de mi” que son cubiertos por la justicia de Dios son los habitantes de la Nueva Jerusalén. ¿Cómo estás tú con el Señor? Tenemos que revisar nuestra posición ante el Señor, ya que el cielo es sólo para gente santa, pero no santa por sus propios méritos, sino aquellos que tienen la justicia imputada por Dios, aquellos que son cubiertos por la justicia de Cristo.


   3.6. No está lejano.

Y a continuación, en el v.22 habla de que este estado final está cerca. El tiempo corre al ritmo del Señor. Tenemos que ser pacientes y fieles al mismo tiempo porque el Señor llevará a cabo su promesa. Y sabemos que esto sucederá porque está anclado en un compromiso solemne, en un pacto, que Dios hizo con su pueblo desde la eternidad (Isa. 61:8). Ya en Isa. 55:3 habló Isaías de este pacto eterno que Dios hizo con su pueblo. También encontramos esta expresión en Jeremías y en Ezequiel. No es que Dios tenga una ocurrencia, sino que Dios tiene un plan y ese plan ha quedado asegurado a través de un pacto. Por eso Dios hace lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos, y lo hizo enviando a un hombre “especial”, uno sin pecado, que cumpliera con los requisitos que eran imposibles para nosotros. Y este creará un linaje, será el primogénito de muchos hijos. Y era necesario un derramamiento de sangre para sellar este pacto que Dios había hecho desde la eternidad (Luk. 22:20). Cristo es la promesa que Dios hizo a su pueblo. 

Y el cap. 61, sin ser un cántico del siervo, se habla de ese mismo Siervo y se le pone cumpliendo su misión. Si vamos mentalmente al inicio del ministerio del Señor, tras ser tentado en el desierto, Jesús va a Nazaret y fue al templo. Allí le dieron el libro de Isaías y él, al comentarlo, dijo que Isaías hablaba de él (Luk. 4:17). Es curioso que Cristo puso el foco en sí mismo refiriéndose a la promesa que Dios había hecho a su pueblo.

Por eso, una de las cosas que los Judíos debían esperar que fuera un ungido de Dios (Isa. 61:1), alguien que viniera bajo la influencia del Espíritu de Dios. 

Cuando alguien dudaba de si Cristo era el Mesías debía recordar lo que dijo Isaías en Isa. 61:1-3. A veces los judíos esperaban a otro tipo de libertador, pero ¿cuáles eran las características del Mesías que vendría a liberar al pueblo de Dios? Son las que vienen aquí descritas y son las que Cristo mismo puso de manifiesto en Mat. 11:3-6.

Y ¿En qué convierte Dios a aquellos que reconocen al Mesías en Cristo? Los convierte en Reyes y Sacerdotes (v. 5 y 6).

 Hay algunos que esperan una reconstrucción literal de lo que aquí se describe, pero parece mucho más lógico entender que se trata de una reconstrucción espiritual. Dios creó la Tierra para que el hombre la gobernara. Pero perdimos ese privilegio con la caída descrita en Génesis 3. Pero Dios restaurará ese lugar en el que tendremos comunión con Dios (Jer. 30:3). También a Abraham se le prometió una tierra, pero no tuvo apenas un pequeño terreno para enterrar a su mujer. Sin embargo sabemos que Abraham no anhelaba un terreno en esta Tierra, sino que esperaba una tierra mejor (Heb. 12:22).

Nosotros también esperamos un cumplimiento literal de estos textos, pero será en una Tierra restaurada, donde muchos gentiles y extranjeros estarán incorporados al pueblo redimido. En el v. 5 y 6 se ve cómo todos están incorporados y cómo son sacerdotes del Dios viviente. (1 Pe. 2:4-5).

Somos sacerdotes. Tenemos que ministrarnos unos a otros, tenemos que interceder unos por otros. Tenemos que ofrecernos unos por otros. No hay nada de qué jactarse, más bien todo lo contrario. Eso es lo que nos diferencia del mundo. Somos uno en Cristo.

Ese es nuestro ministerio como parte del pacto con Dios. Pero ese pacto también tiene unas cláusulas que hay que considerar.

Cuando en Luk. 4 vemos a Cristo yendo a la sinagoga a leer el libro de Isaías. Y lo lee hasta un punto en el que se para, y es precisamente cuando dice que el Mesías vendría a anunciar “el día de la venganza de nuestro Dios”. Esta es una cláusula de incumplimiento y es importante, porque los que rechazan esto no están en una posición de indiferencia, de neutralidad. Dios ya nos dice que o estamos con él o somos sus enemigos. Y, como dijo Isaías, “no hay paz para los malos”, no habrá paz para los impíos (Mat. 25:31).

Si en el día del juicio miramos a aquel que fue levantado, su justicia será imputada a nosotros, pero si no... habrá que antenerse a las consecuencias. 

Pero si somos de los redimidos, nuestro gozo se transformará en alabanza al Señor (Isa. 61:10-11).

Y así comienza el cap. 62, que no sabemos si habla del propio Señor o a Isaías, pero sabemos que Dios tiene un deseo irrefrenable de salvar mucho mayor que el que nosotros tenemos de seguirle a Él. Por eso podemos aplicar el v.1 a Dios igual que a Isaías.

En el 61:11 terminamos con un brote de alabanza por causa de que Dios ha salvado y si leemos 62:1 a renglón seguido, vemos que encaja perfectamente que se hable de Dios y no sólo de Isaías.

Así que nosotros que éramos maldición y oscuridad a los ojos de Dios ahora somos luz (Mal. 4:2). Y esa que era la desolada y la desamparada, ahora es al casada y la desposada (Isa. 62:4) por el amor de Jehová.

Si esto va a ser así, oremos porque se cumpla, y porque se cumpla pronto. Daniel sabía que iban a venir 70 años de exilio, y Daniel sabía que quedaba poco para que se cumpliera, pero no dejó de orar por eso, sino todo lo contrario, oró fervientemente confesando su pecado y preparando su corazón y a sí mismo para recibir las bendiciones de Dios de la forma adecuada (Dan. 9:1-19).

El Señor se deleita en que nosotros insistamos. Y el Señor ha prometido muchas bendiciones para premiar la fidelidad de su pueblo, pero al mismo tiempo hay maldiciones para los que no lo hacen, para aquellos que menosprecian el pacto.

Así, la iglesia, que era desolación y terreno árido, ahora, convertida en novia de Cristo, recibe nuevos nombres: Pueblo Santo, Redimidos de Jehová, Ciudad Deseada y no desamparada (Isa. 62:11-12). Ahora somos el hazmerreir de la sociedad, pero algún día seremos la ciudad deseada por muchos.

Dios no nos defraudará jamás.


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