lunes, 2 de diciembre de 2013

Sermón: El caracter del cristiano (parte 1)


Ayer domingo me tocó predicar a mi en la Iglesia Bautista de Alameda de Osuna.  Hacía tiempo que no lo hacía y la verdad es que ya lo iba echando de menos. 

La responsabilidad de llevar la Palaba de Dios a una congregación es algo que a veces asusta, pero siempre es gratificante pensar que Dios es el que está en control.

Como esta vez no dejo unos apuntes, sino que voy a transcribir el sermón completo, lo haré en 2 veces.

En cualquier caso, como siempre podéis acceder al sermón en audio en la siguiente URL:


Espero que sea de bendición para todos los lectores de mi blog.

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Título: El carácter del cristiano.
Texto Bíblico: Colosenses 3:1-17.

El sermón de hoy lo voy a hacer con “temor y temblor” como ya en otro tiempo le ocurriera al mismo Pablo, y lo haré así porque voy a ir, uno por uno, cogiéndoos de las solapas y agitándoos un poco mientras os grito ¡despertad!. Además, pienso hacerlo aún con más energía porque esto mismo es lo que el Señor ha estado haciendo conmigo todo el tiempo mientras preparaba este sermón.

Recuerda que si hoy has venido aquí es porque Dios así lo ha dispuesto y quiero decirte que este mensaje esta pensado especialmente para ti. Si estas pensando en tus propios problemas, deja de hacerlo, porque lo que tengo que decirte hoy es importante. Si has venido con algún tipo de resentimiento, enfado, angustia u odio, escucha, porque este mensaje te afecta. Si mientras hablo piensas que este sermón es ideal para otra persona, piensa que es a ti al que más falta le hace.

En fin hermanos, espero que hoy salgamos todos edificados y habiendo recordado algunos principios bíblicos que seguro que son muy útiles para todos nosotros.

El pasaje de la Biblia en el que nos vamos a fijar esta mañana está en la epístola de San Pablo a los Colosenses capítulo 3, concretamente del versículo 1 al 17. Colosenses del 3:1 – 17.

LECTURA (Colosenses 3:1 – 17).

1 Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.
2 Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.
3 Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
4 Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.
La vida antigua y la nueva
5 Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría;
6 cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia,
7 en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.
8 Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca.
9 No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos,
10 y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno,
11 donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.
12 Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;
13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
14 Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
15 Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.
16 La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.
17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

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Déjame decirte que este es un texto que no puede dejarnos indiferentes, porque habla claramente acerca de nuestro ser, de nuestro pensar y de nuestro sentir....

Para verlo en profundidad, vamos a dividirlo en 3 secciones:

1.- (v.1 – 4) Introducción: El carácter del cristiano.
2.- (v.5 – 11) Cosas que no debemos hacer.
3.- (v.12 – 17) Cosas que debemos hacer.

El texto empieza con un “Si, pues, habéis resucitado en Cristo...”. ¿A quién tenía Pablo en mente cuando escribió esto?, o dicho de otra forma, ¿Quiénes son los que han resucitado en Cristo?. La respuesta se halla un poco antes, en el capítulo 2. Leamos el v. 12: “sepultados con él (con Cristo) en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos.” También Pablo en su epístola a los romanos mencionaba... ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” (Rom. 6 : 3 y 4).

En el bautismo simbolizamos algo mucho más profundo e importante de lo que parece, ¿no es verdad?. Realmente, el que se bautiza se identifica con Cristo en su muerte y, al salir del agua, en su resurrección (por esta razón, entre otras, en la iglesia evangélica bautizamos por inmersión a los adultos que han hecho voluntaria y conscientemente una profesión de fe). El mero hecho de bajar al agua y bautizarse, no efectúa ningún cambio en nosotros, sino que es un símbolo del cambio interior que Dios ha hecho ya en nosotros a través de su Espíritu Santo, y de que ya no somos más como éramos antes, sino que vivimos una vida distinta a la anterior, una vida nueva.

Desgraciadamente, el inexorable paso del tiempo y la acción del Maligno hacen que vayamos arrinconando esta realidad en algún oscuro lugar de nuestra memoria, y, a la postre, que volvamos a vivir gradualmente igual que antes de nuestra conversión. El mundo que nos rodea, esta sociedad post-moderna en la que los sociólogos dicen que estamos, nos ofrecen tendencias y formas de entender la vida que, en numerosas ocasiones, desagradan a Dios. Por eso, Pablo nos lo recuerda una y otra vez: si hemos resucitado en Cristo, si nos hemos bautizado, si su Espíritu Santo ahora mora en nosotros, nuestra vida debe ser una vida cambiada según el modelo de Cristo y además debemos mostrar esta realidad al mundo que nos rodea. Debemos ser nosotros los que influenciemos el mundo que nos rodea y no al contrario.

Y el hablar de muerte y resurrección, nos lleva inevitablemente a pensar en el Cielo. Debemos mantener nuestra mente en las cosas de arriba y no en lo terrenal. Tenemos que buscar a Dios como la aguja de una brújula busca el Polo magnético. Si anclamos nuestra mente y nuestros anhelos en este mundo, la muerte significaría el final de todo aquello que tiene sentido, el final de todo. Pero esto en sí mismo carece de sentido. Esta es la contradicción en la que vive mucha gente hoy en día.

Hace tiempo leí un libro titulado “El hombre en busca de sentido” de Viktor E. Frankl. Viktor fue un psicólogo alemán que creó una escuela de psicoterapia novedosa. Hasta que él desarrolló sus ideas había dos grandes corrientes psicoterapeuticas que se basaban en “la voluntad de placer” defendida por “el psicoanálisis” de Sigmund Freud y en “la voluntad del poder” defendida por “la psicología individual” de Adler. En la primera, “la voluntad del placer”, el placer obtenido sería lo que nos mueve a ser y actuar de una determinada forma. En la segunda, “la voluntad del poder”, lo que nos motivaría sería el ansia de poder.

El gran descubrimiento de Frankl, fue darse cuenta de que encontrar un sentido para nuestra existencia era la primera fuerza motivante del hombre, y no el placer defendido por Freud o el poder defendido por Adler, y que precisamente cuando el hombre no encuentra sentido a su vida, es cuando intenta buscarlo en el placer o en el poder. Esta escapatoria, realmente, genera un montón de problemas, porque antes o después el hombre se da cuenta de que, ni en el placer, ni en el poder, se encuentra justificación para una vida sin sentido, y todo su castillo de naipes, se derrumba.

Cuando un hombre encuentra sentido para su vida, es capaz de superar cualquier circunstancia, por difícil que parezca. El propio Frankl fue un superviviente del campo de concentración de Auschwitz, y su experiencia dentro del campo le fue de gran inspirtación para llegar a esta conclusión. Él se fijó en que la gente que soportaba mejor las precariedades, la violencia física y psicológica, incluso la amenaza continua de la muerte, era aquella que tenía una esperanza firme, un sentido para su vida.

Pero... ¿qué pasa si un día nos damos cuenta de que nuestras motivaciones, aquellas motivaciones que han dado sentido a nuestra vida, no son buenas o válidas? Toda nuestra vida se convertiría en un circo en torno a una mentira, e irremediablemente nos hundiríamos.
La Biblia, desde hace más de 2000 años, y por supuesto mucho antes que Frankl, nos está diciendo esto mismo, con una salvedad: Junto con el argumento, nos da una motivación, una motivación que, a diferencia de las otras, sí que es válida y nunca nos fallará, por lo que en ella encontraremos un sentido auténtico y permanente para nuestras vidas, y hará que cualquier cosa que suceda durante nuestra vida, tenga un sentido y un propósito.

Pablo, gracias a una confianza basada en la certeza de algo aprendido por propia experiencia, y que por lo tanto conocía perfectamente, no duda en mirar hacia el aparente fin, revelándonos que la muerte no es el final, sino que mas allá de la muerte..... ¡hay vida!, una vida que ahora está escondida en Cristo. Pablo nos hace tener la perspectiva adecuada para que realmente, como cristianos pongamos la mente donde debemos ponerla: En Cristo, en el cielo, dando sentido a tu vida, y a la mía, porque nuestra motivación es que al final obtendremos una recompensa mucho mayor de lo que ahora podemos imaginar: la vida eterna junto al creador. En palabras de Pablo ...(v.4) “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.”.

Y tú, hermano, ¿Hacia dónde estas mirando? ¿Dónde tienes puesta tu mente esta mañana? (breve pausa) No me extrañaría que ahora la tuvieras puesta en las cosas de Dios, pero... ¿Y esta tarde? ¿Y... el resto de la semana, donde la pones? ¿Piensas en Cristo y en las promesas que tienes de parte de Dios, o te sumerges en la marabunta diaria y te olvidas?
 
Es relativamente fácil, incluso cómodo, centrarnos en “las cosas de arriba” cuando alguien nos está sermoneando durante tres cuartos de hora acerca del tema, desde un púlpito, sin tener oportunidad de replicarle, pero ... ¿y cuando estamos en nuestro trabajo? ¿y cuando estamos en casa haciendo nuestros quehaceres diarios? ¿Y cuando tenemos un mal día y volvemos a casa? El poner la mente en las cosas de arriba y no en lo terrenal no es algo que salga de nosotros de forma natural, sino que más bien requiere de un esfuerzo voluntario y continuo por hacerlo. Este es nuestro reto diario

Si esta mañana estas aquí, escuchando este mensaje, y aún no has entregado tu vida a Cristo, te animo a pensar en el sentido de tu vida y en tus motivaciones. ¿Hay un sentido y un propósito legítimo que justifique todos los sufrimientos pasados y los que te quedan por pasar? (Pausa...) Busca ese sentido y ese propósito en Dios, en la muerte de su hijo Cristo y en su Palabra (que es la Biblia). Seguro que allí los encontrarás.

Y tú, hermano, que ya has creído en Cristo, si Su Espíritu Santo mora en ti y está transformando tu vida, si eres una nueva persona, en definitiva, si has resucitado en Cristo, déjame recordarte que no puedes vivir ajeno a esta realidad, sino que debes buscar las cosas de arriba en lugar de poner tu mente en las cosas del mundo.  Así es el carácter del cristiano.

Pero... ¿cómo haremos esto?. Puedes preguntarme. Pablo empieza a responder tu pregunta enumerando algunas cosas que NO debemos hacer, y con entramos en la 2ª Sección: (v.5-7) “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría. Cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.

Cuando Dios da sentido a tu vida, ésta cambia, porque tus valores y tus motivaciones cambian. Uno de los cambios que se producen afecta a nuestra forma de actuar, por eso debemos “hacer morir lo terrenal en nosotros”, ya que para nosotros, lo normal era andar en las cosas terrenales, como indica Pablo en el v7 En las cuales (las cosas terrenales) anduvimos también nosotros en otro tiempo”, pero ahora, después del bautismo, después de haber resucitado junto con Cristo, el carácter del cristiano se ha transformado en un carácter que no peca. Con esto no quiero decir en ninguna manera que los cristianos no cometen pecados. Si dijera esto, os estaría contando una mentira, y estaría pasando por alto textos como, por ejemplo, el famoso Romanos 3:10: Como está escrito: No hay justo ni aún unoo 1 Juan 1.8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.”.

Un cristiano peca, como cualquier otro hombre, lo que no hace es perseverar en el pecado. Es decir, cuando un cristiano comete un pecado, inmediatamente que es consciente del hecho, se siente mal por lo que ha hecho, se arrepiente (decide no volver a hacerlo) y pide perdón a Dios por ello. Su anhelo, su objetivo en la vida es separarse de las actitudes pecaminosas y no permanecer en ellas. Es de inmensa importancia recordar esto. 

No quiero desentrañar ningún profundo misterio, sino más bien quiero señalar y recordar los hechos revelados en la Biblia.

o        El hecho de que si afirmo que no tengo pecado, me engaño a mí mismo.
o        Y el hecho de que en Cristo, no solo estoy liberado de la culpa del pecado, sino que también estoy emancipado de su poder sobre mí. Estoy capacitado para vencer.

Podemos decir que en Cristo, nosotros tenemos un carácter que no peca. Si le amamos con el amor debido, esta realidad será una inspiración para nuestra vida cotidiana y nos hará elevar en mucho el listón de nuestro propósito de cada día, y, a la vez, alentaremos nuestra esperanza de poder vivir más y más cerca de la realización de ese propósito. Esto es lo que llamamos crecimiento y madurez espiritual.

En 1 Juan 2:15 leemos: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo." (1 Juan 2.15-16, RVR60) 

Los pecados que Pablo enumera en el v.5 son pecados evidentes, casi diría que burdos, como la fornicación, la impureza, las bajas pasiones, los malos deseos y la avaricia. Todos ellos son pecados notorios y con consecuencias visibles importantes, pero fijaos: (v.8) "Ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca.". Pablo previene a los Colosenses de que no es suficiente con dejar de hacer los pecados más visibles, aquellos en los que todos estábamos pensando, sino que también hay que dejar aquellos que no dejan huellas, los que no se ven, los que se cometen “por lo bajini”. Los cristianos deben dejar a un lado la ira, el enojo, la malicia, las palabras deshonestas y la blasfemia. Si buscamos blasfemia en el Nuevo diccionario ilustrado de la Biblia encontramos, entre otras, la siguiente definición que aplica a nuestro caso: “En la cultura helénica ... significaba más bien varios grados de difamación como burla o calumnia”. Por lo tanto vemos que aquí Pablo ha pasado a un terreno mucho más sutil, el de la malicia, el de la burla, el de la calumnia, el del enojo. Un terreno que, seguro, también nos toca a cada uno de nosotros muy de cerca. 

(continuará...)

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