lunes, 6 de octubre de 2014

La vida que agrada a Dios.

Sermón de Moncho predicado en la IBAO el 15 de Junio de 2014.
Título: La vida que agrada a Dios.
Lectura: 1 Tesalonicenses 4:1-12
Enlace al sermón en Audio.

Sermón completo:
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INTRODUCCIÓN:


Con estos versículos Pablo comienza una nueva sección en su epístola a los Tesalonicenses. Si leyéramos estos dos últimos capítulos completos notaríamos que hay 4 grandes secciones:

·         Instrucciones acerca de la conducta cristiana (4:1-12)
·         Explicaciones acerca de la venida del Señor: los muertos y los vivos (4:13-18)
·         Explicaciones acerca de la venida del Señor: los tiempos (5:1-11)
·         Instrucciones acerca de la conducta cristiana (5:12-24)

Llama la atención que los temas de “ética” y “escatología” se mezclan. La razón es que estos dos temas constituyen las características básicas de la vida del creyente. Al comienzo de esta epístola, el apóstol dijo a los Tesalonicenses que una autentica conversión proporciona dos razones por las cuales vivir: servir a Dios y esperar de los cielos al Señor Jesucristo (1:9-10)

Hoy nos vamos a centrar en uno de estos dos aspectos: el de la ética de una vida entregada a Cristo. Una lectura detallada de las secciones dedicadas a la conducta cristiana 4:1-12 y 5:12-24 muestran un gran paralelismo entre ambas secciones:

Os rogamos, hermanos (4:1)
Os rogamos, hermanos (5:12)
Os exhortamos (4:3)
Os exhortamos (5:14)
Vuestra santificación (4:3)
Que Dios os santifique (5:23)
Que os abstengáis de inmoralidad sexual (4:3)
Absteneos de toda forma de mal (5:22)
El Señor es vengador (4:6)
Que ninguno devuelva a otro mal por mal (5:15)
Dios os da su Espíritu Santo (4:8)
No apaguéis al Espíritu (5:19)
Amaros los unos a los otros (4:9)
Procurad siempre lo bueno los unos para con los otros (5:14)
Llevar una vida tranquila (4:11)
Vivid en paz los unos con los otros (5:13)


Así pues es como si las dos secciones sobre la segunda venida de Cristo formasen una cuña entre dos párrafos de exhortación con respecto a asuntos sobre la vida diaria y la conducta. Esta estructura es de por sí significativa. Sugiere que Pablo ve la buena conducta en esta vida como algo inseparable de nuestra esperanza de cara a la vida venidera. Meditar sobre los eventos del más allá no debe conducirnos jamás  a desvincularnos de las realidades de la vida presente. Al contrario, una correcta meditación en aquellos nos conducirá siempre a vivir vidas actuales más consagradas, más sanas, más justas y más comprometidas con nuestro prójimo.

El apóstol Pablo solía dedicar la segunda parte de sus epístolas a las implicaciones éticas de las enseñanzas impartidas en la primera parte (Romanos, Efesios, Colosenses…), y 1 Tesalonicenses. La primera parte ha concluido y ahora el apóstol se vuelve de lo personal a lo más práctico y exhortatorio.

Nuestra motivación para el buen comportamiento siempre gira en torno a estos dos polos: la instrucción que hemos recibido y el hecho de saber que daremos cuentas al Señor en el día final. Para conducirnos con rectitud necesitamos mirara hacia atrás a la voluntad revelada de Dios, y hacia delante al retorno de Cristo. Pero debemos recordar que las dos miradas persiguen la misma finalidad. Así, en 1 Tesalonicenses, las diferentes perspectivas de las dos partes tienen una misma intención: confirmar a los creyentes en la fe y animarles en el camino de la santidad.

Así pues, el apóstol comienza la segunda parte de su carta con una serie de exhortaciones morales que nos animan a poner en práctica las enseñanzas que acaba de darnos en la primera parte. En concreto ponemos ver 4:

1.     Exhortación general al estilo de vida que agrada a Dios (4:1)
2.     Exhortación a la pureza sexual (4:2-8)
3.     Exhortación al amor fraternal (4:9-10)
4.     Exhortación a la laboriosidad (4:11-12)

Vayamos una por una:

Exhortación general al estilo de vida que agrada a Dios (4:1)


Antes de entrar en instrucciones éticas específicas (4:2-12) necesitamos detenernos a considerar el versículo preliminar (4:1) en el que Pablo plantea el tema general de nuestra vivencia consecuente como creyentes. Se trata de un ruego encarecido a sus lectores.

“Por lo demás, …” es una sola palabra en griego y marca la transición de la primera a la segunda sección. Esta misma palabra la encontramos en otras epístolas paulinas, pero sólo en aquí el apóstol la remarca con un “pues”, que además de añadir énfasis sugiere continuidad. Al final de la sección anterior Pablo acaba de orar pidiendo que Dios les conduzca a una santidad perfecta; ahora, “pues”, les exhorta en el mismo sentido.

Además, Pablo, aunque haya pasado a un plano de exhortación con autoridad sobre los Tesalonicenses, no pierde la cercanía, para lo que usa el término afectuoso “hermanos” para referirse a sus oyentes. El apóstol está a punto de usar un lenguaje más rotundo y exigente, porque va a tocar temas personales de cada uno, y sin duda quiere volver a asegurar a sus lectores su profundo afecto fraternal.

Esto se hace necesario, porque las instrucciones morales que el apóstol está a punto de dirigir a los tesalonicenses son sumamente serias. Por esta razón también las introduce con dos verbos: rogar y exhortar.

Hay poca diferencia entre ellos en cuanto al fondo del significado (ambos introducen un requerimiento), pero sí que cambian en su forma: el verbo rogar implica que el requerimiento se expresa mediante una súplica o pregunta, mientras que exhortar sugiere una afirmación o mandato directo. El primero sugiere pedir encarecida y enérgicamente; el segundo, mandar de la misma manera.

Pablo era consciente de que era necesario que los Tesalonicenses obedecieran a estos mandatos sí o sí, pero lo intenta exponer de la forma más delicada que puede.

Pablo además no les exhorta bajo su propia responsabilidad, sino en nombre de Cristo. La exhortación de Pablo se reviste pues de la autoridad de Cristo y vendría a ser como: “Os exhortamos con la autoridad que Cristo nos concede, en representación suya y en su nombre”.

Así, la exhortación que viene a continuación nos llega con el sello de la autoridad de Cristo, además de transmitirnos una petición apasionada del propio apóstol.

¿y cuál es esa exhortación general? Pues no es otra que el que “abundemos en un estilo de vida que agrade a Dios”.

La importancia de esta instrucción general estriba en que nos resultará difícil atender a los preceptos particulares (que luego va a exponer) mientras no tengamos claro el principio general que los envuelve. Si no asumimos bien la idea de que a partir de nuestra conversión debemos vivir para llevar a cabo la voluntad de Dios y agradarle en todo, no aceptaremos de buena gana los pormenores de lo que esa voluntad significa.

El apóstol transmite esta instrucción básica por medio de tres verbos:

·        ANDAR: Este es un verbo que equivale en el N.T. a vivir, comportarse o conducirse. Todo el propósito de la vida cristiana a partir de la conversión debería ser avanzar en la senda marcada por Cristo, persiguiendo siempre la meta del supremo llamamiento de Dios (Filipenses 3:14).

Es interesante ver que este camino por el que andamos los cristianos nada tiene que ver con el camino por el que anda el resto del mundo.

·         AGRADAR: Este verbo viene a explicar el primero. La manera en la que debéis andar no es otra sino agradando a Dios. Andar con Dios y agradar a Dios son dos ideas inseparables en las Escrituras. Por esto no podemos pensar que podemos andar con Dios viviendo vidas que son desagradables para él.

Ya el profeta Miqueas lo dijo mucho antes: “El te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el SEÑOR de ti, sino sólo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” (LBLA - Miqueas 6:8)

En todo el N.T. se usa el término “santo” (lit. apartado) para referirse a los recién convertidos a la fe cristiana y los que han sido “apartados” para Dios deben vivir para él, no para sí mismos. En lo sucesivo sus vidas deben ser “teocéntricas” y no “egocéntricas”.

Notemos también que Pablo, antes de ir a los asuntos que eran de la incumbencia de los Tesalonicenses, se limita a dejarnos este principio general: andar de la manera en que agrademos a Dios. Sus palabras tienen el mismo carácter general que encontramos en otras exhortaciones suyas, como en Filipenses 1:27, “comportaos de una manera digna del evangelio de Cristo”; o en Tito 3:8, “ocuparse en buenas obras”.

¿Y cómo agradaremos a un Dios que no conocemos? Por tanto en la exhortación de Pablo también hay un desafío, una responsabilidad de los cristianos a conocer a Dios y lo que le agrada. Pablo no reduce la moralidad a una lista de prohibiciones y obligaciones, sino que usa un principio flexible que puede aplicarse a cualquier dilema y que nos rescatará de la rigidez impuesta por las normas (como ocurría con fariseos y judíos en su época).

·        ABUNDAR: Tras andar y agradar, viene abundar. Este verbo no suele aparecer sin mención de aquella cualidad en la que se abunda, pero aquí no hay tal mención. El apóstol se limita a decir: “así abundéis más y más”.

¿Abundar en qué? Aunque el objeto no aparece de forma explícita, creo que el contexto hace que la respuesta sea clara: abundar en cualquier clase de vivencia que agrada a Dios. Nuevamente la exhortación es genérica.

Morris dijo “Las instrucciones específicas vendrán a continuación, pero aquí a Pablo le preocupa la idea de que el creyente debe crecer continuamente”.

Y esta exhortación no les llegaba a los Tesalonicenses como algo nuevo, igual que para nosotros tampoco lo es, ¿verdad?. Los Tesalonicenses ya lo habían escuchado de labios del apóstol cuando estuvo con ellos en Tesalónica, y nosotros lo hemos leído innumerables veces en la Biblia y lo hemos escuchado en infinidad de sermones.

En realidad este versículo describe el pasado, presente y futuro de aquellas instrucciones:

a)     En el pasado las recibieron: El verbo recibir es una palabra formal que casi viene a significar “en ellas fuisteis adoctrinados”

El apóstol no está a punto de impartirles una doctrina novedosa, sino que va a confirmarles en lo que han sabido desde el principio. Gran parte del ministerio docente de la iglesia consiste en repetir lo ya sabido. Y es así porque una cosa es conocer la doctrina en teoría, y otra muy diferente es vivirla en la práctica. A causa de nuestra torpeza y lentitud en el aprendizaje, hay que volver vez tras vez a lo mismo.

Y ¿Qué era lo que ya les había enseñado en el pasado? Lo que Pablo ya les había enseñado fueron instrucciones acerca de la manera en que debéis andar y agradar a Dios.

b)     En el presente las llevan a cabo: Pablo sabe que los creyentes necesitamos un estímulo de constantes exhortaciones para seguir adelante en el camino. No está acusándoles de no haber atendido a sus instrucciones, sino reconociendo una debilidad común a todo ser humano. Por eso añade la frase: “como de hecho ya andáis”, frase que por cierto, para los que uséis RV60 observaréis que no viene en vuestras biblias, sin embargo, está presente en los mejores manuscritos que tenemos, y por eso ya se incluye en la mayoría de las versiones actuales

c)     En el futuro deben abundar más y más en ellas. Para la vida cristiana el crecimiento debe ser algo continuo, un avance sin parar. Nunca debemos pensar que ya hemos llegado. Siempre hay posibilidad de mejorar. Nunca podemos descansar en los logros del pasado (gente que mira atrás constantemente). Siempre debemos proseguir a la meta. Si no das fruto, hoy es un buen día para que comencemos a andar por este camino de forma consistente, y si estamos ya dando frutos para Dios, siempre cabe la posibilidad de dar más fruto (Juan 15:2)

Por eso, aún regocijándose en la fidelidad presente de los tesalonicenses, Pablo les exhorta a que perseveren y abunden. Para Dios, no ir a más es volver atrás.

A partir de aquí, una vez establecido el principio general, Pablo pasa a temas más concretos.

Exhortación a la pureza sexual (4:2-8)


En el versículo 2, Pablo vuelve a insistir ante sus lectores en que las exhortaciones que está a punto de exponer no son otras que las mismas instrucciones que los misioneros ya les habían impartido estando en Tesalonica: “pues sabéis qué preceptos os dimos por autoridad del Señor Jesús.”

Este párrafo referente a la pureza sexual se compone de siete frases ordenadas de manera simétrica, de forma que la primera corresponde a la última, la segunda a la penúltima, etc…

1.     Pues sabéis qué preceptos os dimos por autoridad del Señor Jesús (v.2)
a.     El ministro humano y la autoridad de Dios
b.     Preceptos dados para enseñaros la santidad
2.     Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (v.3a)
a.     La voluntad de Dios: santificación.
3.     Es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual (v.3b)
a.     No a la fornicación.
4.     Que cada uno de vosotros sepa cómo adquirir su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios (v.4-5)
a.     Sí al matrimonio
5.     Y que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto (v.6)
a.     No al adulterio
6.     Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino a santificación (v.7)
a.     El llamamiento de Dios: santificación.
7.     Por consiguiente, el que rechaza esto no rechaza a hombre, sino al Dios que os da su Espíritu Santo. (v.8)
a.     El ministro humano y la autoridad de Dios.
b.     El Espíritu dado para capacitarnos para la santidad.

Inmediatamente salta a la vista que el meollo del párrafo se encuentra en la frase 4, una afirmación acerca del matrimonio santo y honroso como la única relación autorizada por Dios para dar cauce a la sexualidad. Esta es la pieza clave hacia la cual apuntan las demás. A cada lado de ella aparecen textos que prohíben las pobres alternativas pecaminosas al matrimonio: la fornicación y el adulterio. Más allá están las frases que enfatizan el principio que subyace en toda la ética cristiana: la santificación. Y el párrafo empieza y termina recordándonos que estas instrucciones no son de fabricación humana, sino que proceden de Dios mismo, aunque sean transmitidas por hombres.

En cuanto al v.2, está claro que anticipa la conclusión a la cual llegará el apóstol en el v.8: “puesto que los preceptos apostólicos en torno al sexo y al matrimonio proceden del Señor Jesús, quienes los desobedecen no rechazan a hombres, sino a Dios.

<Verano – impureza sexual>

En el v.1 ya vimos la solemnidad de estos preceptos para los que realmente han creído en Cristo: no son opcionales, sino obligatorios, pues proceden en última instancia del Señor Jesucristo mismo. Realmente la palabra traducida como preceptos, en el original griego, era una palabra usada en el ámbito militar, y quiere decir mandatos u órdenes.

Pablo no vacilaba en su convicción de ser heraldo y portavoz de Dios. Los mandamientos no eran suyos sino del Señor. Por eso, puede pasar de hablar de preceptos dados por medio del Señor Jesús a hablar inmediatamente después de la voluntad de Dios. Y este sigue siendo el quid de la cuestión. Las instrucciones de estos dos capítulos, ¿son para nosotros meras sugerencias dadas por un misionero del siglo primero –grande como hombre de Dios, sin duda, pero falible como todo ser humano– a una congregación determinada en circunstancias determinadas y, por tanto, de validez limitada? ¿O son verdadera Palabra de Dios, órdenes dadas por el Señor de señores, y por tanto, de validez universal e ilimitada, que deben ser obedecidas sin discusión? Esta es la cuestión que debemos resolver antes de proseguir. El apóstol lo tenía claro, sin duda. ¿y nosotros?

La voluntad de Dios es, en primer lugar y de forma global, nuestra santificación. En la vida diaria tenemos que desasociarnos de toda forma de pecado y aferrarnos a toda forma de virtud.

Para cumplir el deseo de Dios, hay que abandonar los deseos de la carne y la mente (Efesios 2:3 y Romanos 8:5-8). O, dicho de otra manera, para ser irreprensibles en santidad en el día de Cristo, debemos avanzar continuamente en el proceso de santificación a lo largo de esta vida. En cierto sentido, ya somos santos desde el momento de nuestra conversión (tomando la palabra santo como: apartado para Dios y su servicio), pero esto no quiere decir que desde ese momento seamos perfectos en nuestra vivencia, sino que hemos sido apartados verdaderamente para vivir conforme a su voluntad. A partir de aquel momento comienza un proceso en el cual las viejas actitudes y los viejos hábitos van siendo desechados más y más y reemplazados con nuevas actitudes dignas del servicio a Dios, se trata de un proceso muy largo pero también muy necesario, y buena parte del Nuevo Testamento está dedicada a enseñarnos cómo se puede promover.

Como ya hemos mencionado, aquel proceso es dirigido y perfeccionado por Dios mismo. Pero la soberanía divina no elimina la responsabilidad humana. La santificación no se logra al margen de la obediencia a los preceptos de estos capítulos. Los tesalonicenses en su época, y nosotros hoy, hemos de ser colaboradores de Dios no sólo en la evangelización de otros, sino también en nuestra propia santificación.

De la afirmación de Pablo acerca de la santificación, dependen tres frases diferentes, cada una de las cuales ilustra un área en la que los tesalonicenses deben aprender a ser santos. El principio general (vuestra santificación) ha sido positivo; pero las tres frases siguientes son negativas, enseñándonos cosas que atentan contra la santidad:

1.     Que os abstengáis de inmoralidad sexual
2.     Que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios
3.     Que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto

Y a renglón seguido, Pablo añade otras tres frases que dan las razones de estas exigencias y advierten cuáles son las consecuencias de no acatarlas..

1.     Porque el Señor es el vengador en todas estas cosas, como también antes os lo dijimos y advertimos solemnemente.
2.     Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino a santificación
3.     Porque el que rechaza esto no rechaza a hombre, sino a Dios que os da su Espíritu Santo.

Parece ser que en todas estas frases el apóstol está contemplando diferentes desviaciones del patrón matrimonial establecido por Dios y las consecuencias que éstas acarrearán. Su tema en estos versículos es uno, no varios. La impureza sexual.

Esta, pues, es la voluntad de Dios para el creyente. Si deseamos de verdad andar de tal manera que agrademos a Dios en todo, nuestro afán será mantenernos puros, porque nuestro Señor quiere que lo seamos.

Debemos tener en cuenta que en aquel momento Pablo escribía desde Corinto a Tesalónica, dos ciudades que tenían una merecida reputación en el Imperio Romano a causa de su degradación sexual. En ambos lugares se practicaba la prostitución religiosa y los ritos de adoración a ciertas divinidades que incluían inmoralidad y fornicación sacramental.

No debe sorprendernos que Pablo comprendiera que, en su día (como también en el nuestro, el choque frontal entre una vida santa y una vida mundana se notaba principalmente en el área de la sexualidad. No es que el apostol creyera que la santificación puede reducirse a la castidad, ni mucho menos que tuviera una especial fobia al pecado sexual; sino que comprendía que por ahí es donde se libraban las batallas más crudas para los recién convertidos.

La palabra traducida aquí como fornicación es “porneia”. Y aunque en su origen se refería a la práctica de la prostitución, llegó a aplicarse a toda clase de relación sexual ilícita, que no cumpliera el mandato de Dios. Conforme a las Escrituras, sólo es lícita la unión sexual dentro del matrimonio entre un hombre y una mujer. Por tanto, para los cristianos, el concepto de “poneia” incluye las relaciones sexuales prematrimoniales (lo que llamamos fornicación), las relaciones sexuales extra-matrimoniales (el adulterio) y también las relaciones sexuales con alguien de tu mismo sexo.

Es posible que Pablo esté pensando sobre todo en el adulterio del que va a hablar a continuación, pero conviene recordar que Pablo empezó con un llamamiento general a vivir una vida conforme a la voluntad de Dios, la cual es nuestra santificación, y en ese contexto, podemos extender su mensaje también a todas estas formas de “porneia”.

En la vida pagana, la promiscuidad se consideraba casi normal. La abstinencia les resultaba irrazonable. No se concedía mucha importancia a las relaciones sexuales fuera del matrimonio, más bien se las trataba como inevitables y normales al ser parte de sus rituales de adoración religiosa pagana.

Vivir una vida santa en medio de esa clase de sociedad era ir contra corriente y ser tenido por excéntrico, fanático o reprimido. Pablo sabía perfectamente que lo que estaba pidiendo –mejor dicho, exigiendo– chocaba frontalmente con la ética reinante de su día

¿No os resulta familiar esta descripción? – Ministerio entre los adolescentes y situación de los jóvenes en la sociedad actual.

Pero no por saber que su enseñanza iba a ser chocante, Pablo suaviza sis exigencias. El pueblo de Dios es un pueblo aparte, un pueblosanto. Precisamente se caracteriza por no dejarse arrastrar por los criterios del mundo, sino por la voluntad de Dios….. y la inmoralidad sexual provoca la ira de Dios y quedará impune. Los recién convertidos deben saberlo.

Por eso la primera instrucción del apóstol en torno a la sexualidad del creyente es que éste debe romper taxativamente con toda forma de inmoralidad.

En nuestra congregación, como en la de Tesalónica, hay casados y solteros, niños, adolescentes, adultos y ancianos, hombres y mujeres, nacionales y extranjeros, … pero Pablo no hace distinción, y el Señor tampoco. Este mandato es para todos, tengamoslo en cuenta.

A continuación Pablo usa una frase que a nosotros nos resulta algo ambígua: “… que cada uno de vosotros sepa como poseer su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios”.

La ambigüedad surge de la interpretación del verbo griego “ktaomai” que traducimos por “poseer”, pero que también puede ser traducido más literalmente por “adquirir” y del sustantivo “skéuos” que traducimos por “vaso”, y cuyo significado metafórico usado en muchas otras partes de la propia Biblia es “esposa” o “cuerpo”.

Así, eligiendo una u otra opción en ambos casos podríamos traducir: “Que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad” o “que cada uno de vosotros sepa adquirir/tener su propia esposa en santidad”, sin violentar el original griego.

Hay argumentos a favor de ambas interpretaciones, pero la segunda opción está más avalada tanto por la evidencia interna (contexto en el propio párrafo y contexto general del uso de la palabra “vaso” como “esposa” en otras partes de la Biblia) como por la evidencia externa (es el uso convencional de la palabra “ktaomai”)

Así pues, Pablo, ante las diversas formas de inmoralidad sexual practicadas en el mundo, exhorta a los tesalonicenses a que abracen el matrimonio cristiano: que cada uno adquiera su propia esposa y mantenga con ella una relación de santidad y honor, en contraste con la promiscuidad, impureza y vergüenza que caracteriza el comportamiento sexual del mundo.

Mencionar que las solteras deben estar contentas en base a 1 Corintios 7:32-35: “Yo preferiría que estuvieran libres de preocupaciones. El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarlo. Pero el casado se preocupa de las cosas de este mundo y de cómo agradar a su esposa; sus intereses están divididos. La mujer no casada, lo mismo que la joven soltera, se preocupa de las cosas del Señor; se afana por consagrarse al Señor tanto en cuerpo como en espíritu. Pero la casada se preocupa de las cosas de este mundo y de cómo agradar a su esposo. Les digo esto por su propio bien, no para ponerles restricciones sino para que vivan con decoro y plenamente dedicados al Señor.”)

En brutal contraste con el camino de la santidad matrimonial trazado por el Señor está el camino de desenfreno sexual seguido por los gentiles.

Según el apóstol, el mundo gentil se caracteriza por su pasión de concupiscencia. La palabra traducida como concupiscencia es literalmente deseo; pero, con en el caso de la palabra pasión, Pablo la emplea siempre con sentido peyorativo. Por ejemplo:

·        No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias (Romanos 6:12)
·        Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos (Gálatas 5:24)

Tal y como sugiere esta cita de Gálatas, la palabra pasión casi es sinónima de deseo. Pero mientras que deseo nos habla de apetitos ilícitos, pasión nos habla de apetitos desorbitados.

Es lógico que los que no conocen a Dios vivan en impiedad, injusticia e impureza, empleando el sexo como instrumento de gratificación egoísta. Pero es impensable que un creyente viva así. De la misma manera  que la idolatría y la inmoralidad van cogidas de la mano, así también la adoración al Dios vivo y verdadero debe ir acompañada por una sexualidad santa y pura.

Hasta aquí la inmoralidad sexual ha sido contemplada como:
·        Una ofensa contra Dios: Si Dioses quien nos ha llamado a la santificación, pecamos contra él cuando cometemos impurezas. Recordad las palabras de David que veíamos la semana pasada cuando hubo cometido adulterio con Betsabé (Salmos 51:3-4a): “Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos;”
·        También Pablo ha reconocido, aunque sólo sea de una manera implícita que la inmoralidad del marido es una ofensa contra su esposa.
·        Ahora nos recuerda que la inmoralidad atenta también contra los intereses y derechos de terceras personas. Atenta contra la integridad de otro hogar.

El adulterio, pues, además de ser una ofensa contra Dios y al esposa, es un agravio vergonzoso y un perjuicio engañoso contra el hermano.

Seguramente Pablo está pensando en primera instancia en el terrible daño que el adulterio causa cuando ocurre entre dos miembros de la iglesia. Sin embargo, no debemos restringirlo sólo al hermano en Cristo, sino que debemos incluir a todo ser humano. Aunque Pablo esté pensando principalmente en las relaciones dentro del seno de la iglesia, sus palabras tienen valor universal.

Antes hemos mencionado que Pablo está pensando sobre todo en el adulterio, sin embargo, en base al principio general y universal mencionado al comenzar la sección, sus palabras son válidas para otras clases de inmoralidad. Aplicando el mismo criterio de contexto, ahora podemos decir que este principio no sólo aplica a las relaciones dentro del seno de la iglesia.

Así pues, habíamos visto que Pablo daba tres frases de exhortación a la pureza sexual:

1.     Que os abstengáis de inmoralidad sexual
2.     Que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios
3.     Que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto

Ahora pasa a dar tres razones por las que no debemos practicar la inmoralidad sexual, que son:

1.     Porque el Señor es el vengador en todas estas cosas, como también antes os lo dijimos y advertimos solemnemente.
2.     Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino a santificación
3.     Porque el que rechaza esto no rechaza a hombre, sino a Dios que os da su Espíritu Santo.

La primera razón es que El Señor es Vengador en todas estas cosas.

Todos los pecados de inmundicia sexual recibirán su pago. Hay muchas infidelidades sexuales que no salen a la luz pública. El marido ofendido o la familia afectada pueden desconocer el engaño practicado contra ellos. Y aún en el caso de que salgan a la luz, una sociedad como la nuestra puede perdonarlos y aún aplaudirlos en vez de condenarlos y castigarlos. Pero Dios lo ve todo y es vengador aún de las cosas hechas en secreto. Y porque el vengador es Dios, para el pecador no hay escapatoria.

Por supuesto la venganza de Dios no alcanzará su culminación hasta el día que nos presentemos ante Él, pero las Escrituras nos enseñan que, aún ahora, Dios obra para ejercer venganza y retribución sobre los que desobedecen sus mandamientos.

Lo que más debe provocar en nosotros una seria reflexión es el hecho de que Pablo no escriba aquí a los inconversos, sino a los convertidos; y que no contemple las caídas morales de los incrédulos, sino de los creyentes. El mismo Dios que en tiempos del Antiguo Pacto no perdonó las fornicaciones de su pueblo (1 Corintios 10:8) tampoco perdonará la inmoralidad sexual de los crsitianos. La justicia de Dios es la misma ahora que entonces.

Escuchad con atención la solemne advertencia de cartas dirigidas a creyentes del Nuevo Pacto:

·        No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará (Gálatas 6:7)
·        Conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo pagaré. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo! (Hebreos 10:30-31)

Por lo tanto, nuestra meta debe ser la santidad. Y no sólo porque mirando hacia adelante vemos que Dios juzgará a los que practican tales cosas, sino que si miramos atrás veremos que “Dios no nos ha llamado a impureza, sino a santificación”, y si miramos presente, veremos que “Dios nos da a su Espíritu Santo” para capacitarnos para la santidad.

Así, no debemos abstenernos de la inmoralidad sólo por temor al juicio, sino también por gratitud y asombro al considerar que Dios nos ha llamado y separado del mundo para que seamos su propio pueblo y reflejemos aquella imagen moral de Dios que ha quedado maltrecha por el pecado. La santidad no debe considerarse una triste represión, sino un alto privilegio.

Esto es lo que los misioneros han predicado y lo que los tesalonicenses habían recibido y creído: La Palabra de Dios.

Pero las cosas no acaban aquí. El llamamiento de Dios no es solamente un llamamiento a una expresión de conversión y regeneración en el pasado y a una entrada en su reino eterno y en su gloria en el futuro, sino que es un llamamiento también a una vivencia justa, pura y santa en esta vida.

Debe existir, por tanto, una radical diferencia entre los estilos de vida del creyente y del incrédulo. Nos compete a cada uno de nosotros examinarnos y decidir a cual de las dos opciones pertenecemos, porque o seguimos la santidad conforme a la voluntad y el llamamiento de Dios; o seguimos la inmundicia conforme a los deseos de la carne, el mundo y el diablo.

Si aún no le has entregado tu vida al Señor, debes tener en cuenta lo que pedirá Dios de ti, y si Dios ya te llamó, piensa que fue con un propósito; y ese propósito no era que vivieras en inmoralidad, sino que fueras santo como él mismo lo es.

La tercera razón por la que la inmoralidad no debe tener cabida en el creyente es porque atenta contra la voluntad expresa de Dios mismo. Más aún, hace violencia a Dios, a su ley y a su Espíritu.

El verbo traducido aquí por rechazar significa tener en poco, despreciar, descuidar, por lo que aquí se tratar de las personas que tratan con ligerenza el pecado sexual.

Es como si os oyera: “Cualquiera puede tener un desliz, ¿no?” “Ya sabes cómo somos los hombres. Por algo tenemos apetitos”….

Estas actitudes de disculpa, o tolerancia o justificación de la inmoralidad pueden parecer razonables; pero de hecho hacen violencia a Dios y su Palabra. Ya hemos dicho que nuestra sociedad trata el pecado sexual como una trivialidad, pero para Dios es un asunto sumamente serio. El creyente que resta importancia a la inmoralidad desestima la voluntad revelada de Dios y comete un serio agravio contra su Señor.

Más específicamente, según Pablo, tal creyente no rechaza a hombre, sino al Dios que os da su Espíritu Santo. Y es interesante observar que no dos dice “dio”, sino “da”. El don del Espíritu Santo, una vez recibido ha de ser aprovechado continuamente. Cristo, que nos bautizó en el Espíritu cuando creímos en él, ahora nos da de beber constantemente de aquel mismo Espíritu (1 Corintios 12:13)

La persona que se niega a seguir los preceptos de santidad establecidos en la Palabra de Dios atenta no contra lo humano, sino contra lo divino. Muchas veces, estos preceptos nos llegan a través de algún mensajero humano: por medio de sermones, conferencias o libros. Por supuesto, necesitamos tener cuidado, porque no todo lo que se predica os e escribe es Palabra de Dios. Pero si el predicador es fiel a su Señor y a las instrucciones reveladas, entonces su mensaje debe ser recibido no como la palabra dehombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios.

Es especialmente importante recordar las enseñanzas de estos versículos en una época como la nuestra, en la que se está desarrollando mucho el ministerio de la consejería.

Cuanto más profesional y más estudios tenga el consejero, mejor será su consejo para determinados asuntos, pero al final, los consejos humanos podemos aceptarlos o rechazarlos a nuestro antojo. Pero no es así con los mandamientos divinos. Es importante hacer esta distinción. Hay lugar para los consejos humanos. Hay momentos en los que un consejero debe decir “Digo yo, no el Señor”. Pero hay otros en los que debemos hablar con plena autoridad diciendo “instruyo, no yo, sino el Señor” (1 Corintios 7:12, 10).

Al finalizar esta sección cabe plantearnos la pregunta: “¿Es realista esta enseñanza del apóstol? ¿Acaso puede alguien mantenerse santo en medio de las enormes presiones de su propia carne y las seducciones y tentaciones del mundo en el que nos ha tocado vivir? La fuerza del apetito sexual puede variar en distintas personas, así como en diferentes edades o etapas de la vida; pero para muchos hombres y no pocas mujeres llega a tener dimensiones aparentemente insaciables e incontrolables. Muchos creyentes se dan por vencidos y acaban practicando una doble vida caracterizada por la piedad de cara a la galería y la profunda suciedad en secreto.

Si la fuerza de nuestra carne es así, aún en la mejor de las condiciones, ¿Cómo esperar que viva una vida pura aquella joven creyente que es señalada por sus compañeros como la única chica de su clase en el instituto que aún es virgen? ¿Cómo podemos mantenernos puros cuando el erotismo (por no decir la pornografía) nos asalta en los anuncios publicitarios, en las revistas, en los quioscos, en la televisión, en internet…?

El diablo mismo nos tiende la trampa y nos ataca por los cuatro costados, y luego se ríe y nos acusa de no servir como instrumentos válidos en el servicio de Dios. A muchos les parece utópico practicar la santidad hoy en día. Quizá hace 100 años, antes de la revolución sexual, era posible, pero ahora…

Sin embargo, Dios no es un Dios que nos exija lo imposible o lo absurdo, sino lo justo, lo alcanzable y lo que es para nuestro propio bien. Evidentemente, al apóstol Pablo le parecía verosímil y razonable exigir santidad sexual a los tesalonicenses, aún a pesar del desenfreno de la sociedad en la que vivían. Y estas mismas enseñanzas son razonables y practicables en nuestros días también.

Podemos decir que hay factores que hacen posible una vida de santidad, aún en el S. XXI. Estos factores son los que ya hemos visto:

·        El temor de Dios
·        La llamada de Dios
·        El poder del Espiritu Santo

Pero hay más factores aparte de estos. Y eso es lo que va a presentar el apóstol en los siguientes versículos: el amor fraternal y el no estar ociosos.

Exhortación al amor fraternal (4:9-10)


El tono del texto cambia. Pablo procede de las demandas de la castidad a las de la caridad, del amor ilícito al amor imprescindible. Si acaba de hablar acerca de aquello de lo cual los tesalonicenses deben abstenerse, ahora habla de aquello en lo que deben abundar.

Este cambio de tema no es fortuito. En cierto sentido, el amor fraternal es la respuesta cristiana a la inmoralidad del mundo, pues la dureza de una vida de castidad vivida en medio de una sociedad promiscua se suaviza cuando recibimos el apoyo de una comunidad caracterizada por su amor.

Si el cristianismo nos exige pagar el precio de la santidad sexual, nos recompensa abundantemente mediante los ricos dones y las sólidas experiencias de la comunión fraternal.

Esto se veía muy claramente en la iglesia primitiva. Los primeros creyentes se caracterizaban por dos cualidades que les distinguían de sus contemporáneos incrédulos: la pureza y el amor. No se entregaban a la promiscuidad de sus conciudadanos, pero, por otra parte, tenían fama de ser personas que practicaban el amor fraternal.

Tertuliano, en su “Apología”, pudo hablar de la admiración expresada por los incrédulos al ver cómo los cristianos se amaban los unos a los otros, mientras que el escéptico Luciano de Samosata testificó a principios del S.II: “Es increíble ver el fervor con que la gente de esa religión se ayudan unos a otros en sus necesidades; no retienen nada para sí mismos; su primer legislador (Jesucristo) les ha hecho creer que todos ellos son hermanos”

¿Es así como la gente nos ve a nosotros? Está bien que nuestro prójimo nos conozca por nuestro repudio a la inmoralidad, pero sólo si a la vez pueden envidiar la calidad positiva de nuestras relaciones.

El amor cristiano “ágape” es un amor generoso, desinteresado, benévolo y abnegado, y debemos extenderlo a todos los seres humanos, sean creyentes o no, sean amables y dignos, o no. Es el amor que Dios nos ha mostrado a nosotros en Cristo, un amor inmerecido.

Ágape aparece en nuestro versículo pero no como sustantivo, sino en la forma verbal “amaros”. Al decir “en cuanto al amor fraternal” Pablo emplea otro vocablo: “Filadelfia”. Esta palabra se refiere al amor especial que une a los miembros de una familia, es un amor cuyos vínculos brotan de una relación familiar. Debe ser tan generoso y abnegado como ágape, pero con más sentido de obligación y de cariño, porque lo ejercemos sobre uno que pertenece a mi familia y es una parte mía.

¿Sentimos esa obligación, esa preocupación y ese cariño? Debería ser cierto que los creyentes somos conocidos por nuestro amor fraternal. A fin de cuentas nuestro Señor nos lo manda y su espíritu nos capacita para ello, por lo cual podemos decir que quien no ama a sus hermanos da evidencias de no ser de Dios ni de conocerle (1 Juan 3:10; 4:8)

Pero, ¿cómo podemos amar a nuestros hermanos en Cristo de esta forma? Dios suele reunir en su familia a personas que, según los criterios del mundo, tendrían que estar enfrentadas.

Pablo dice que el secreto está en que habéis sido enseñados por Dios a amaros unos a otros.

¿En qué sentido nos enseña Dios? En al menos tres sentidos diferentes: Mediante la amonestación, el ejemplo y el Espíritu Santo. Veamoslo:

1)     Dios nos enseña por su amonestación. Amarás a tu prójimo como a ti mismo; yo el Señor (Levítico 19:18). Pablo sabía muy bien que la ley refleja fielmente la enseñanza de Dios acerca del amor fraternal.
2)     Dios nos enseña por su ejemplo.
a.     En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. (1 Juan 4:10-11)
b.     Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. (Efesios 5:1-2)
c.     Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. (Juan 15:12)
3)     Dios nos enseña por su Espíritu. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (Gálatas 5:22-24)

¿Amas pues a tus hermanos en Cristo? Si no, sométete a la enseñanza de Dios, presta atención a sus mandamientos, medita en su ejemplo, y no te resistas a la obra de su Espíritu, sino entrégate para que él te llene del amor de Cristo.

Y si los amas ya de esta forma, ¿te puedes relajar?

En el caso de los Tesalonicenses Pablo ha alabado el amor fraternal que ya practicaban, y ahora vuelve a hacerlo. Estas palabras no son una mera fórmula de cortesía, sino que Pablo sentía lo que les decía, de hecho lo sentía tanto, que lo puso por ejemplo a los Corintios (2 Corintios 8:1-5).

En la descripción que hace a los Corintios, vemos que el amor que profesaban los Tesalonicenses no era un brote excepcional de amor, sino una práctica habitual y continuada. Tampoco era un amor discriminatorio (todos sentimos afecto por algunos hermanos), pero ellos practicaban el amor fraternal con todos. Y además no se limitaba sólo al ámbito de su iglesia local, sino que lo extendían a todas las congregaciones de Macedonia (su provincia). De hecho sabemos que existían nuevos creyentes en toda Macedonia por la evangelización que ellos habían llevado a cabo, y que los tesalonicenses habían entablado una relación de amor fraternal con todos ellos.

Desde luego, aunque el amor fraternal deba ser algo profundamente sentido, se expresa no sólo en sentimientos y palabras, sino también en hechos:

“Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.” (1 Juan 3:17-18)

Pero a pesar de este derroche de amor fraternal, los tesalonicenses no deben dormirse en los laureles. Nosotros tampoco. Siempre hay espacio para que el amor crezca y vaya a más. Nunca debemos quedarnos satisfechos con lo que ya hemos alcanzado, sino que debemos abundar más y más.

De hecho debería ser así en todas las áreas de nuestra santificación, porque sabemos que nuestra justificación, redención y la obra de salvación, ya se han llevado a cabo una vez para siempre (Hebreos 10:10, 12, 14). Pero en cuanto a nuestra santificación y transformación, la idea es debemos abundar y crecer más y más.

Mientras estemos en esta vida nunca llegaremos a la meta de la perfección ética; siempre tenemos que avanzar. Por eso, Pablo ahora dice: “Os instamos hermanos, a que abundéis en ello más y más”.

Los hombres somos poco constantes en lo que hacemos y por eso el diablo introduce abundantes motivos de desánimo y disgusto que hacen que dejemos de practicar el amor fraternal.

Esforcémonos, pues. La lógica bíblica no es: “Puesto que Dios es quien obra en vosotrso tanto el querer como el hacer, no necesitáis preocuparos pur vuestra slavación”, sino: “Precisamente porque Dios obra, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor (Filipenses 2:12-13). No debemos decir: Puesto que Dios me enseña y su Espi´ritu me fortalece, no necesito esforzarme por amar a mis hermanos; sino: Precisamente porque estas cosas son ciertas, vale la pena esforzarme; por la gracia de Dios, abundaré en amor fraternal más y más hasta que el Señor me llame a su presencia.


Exhortación a la laboriosidad (4:11-12)


Pablo acaba de exhortar a los tesalonicenses en torno a las obligaciones del amor fraternal. Ahora aborda el tema de las obligaciones de la laboriosidad. Aparentemente, son dos temas bien diferentes. Pero el hecho de que las frases de los versículos 11 y 12 dependan del mismo verbo “instamos que” empleado en el versículo anterior indica que, para Pablo, la dedicación al trabajo no es más que una extensión del amor. Ganar el sostenimiento propio es una forma de amar, porque quien se sostiene trabajando no necesita depender de otros. En cambio, quién se dedica a una vida de ocio suele ser egocéntrico y vivir como un parásito social.

El que ama a su prójimo desea trabajar, porque mediante su trabajo sirve a su prójimo y mediante su salario que percibe recibe recursos con los cuales poder atender a las necesidades de los demás. En este sentido, el amor fraternal y el trabajo honesto van asidos de la mano.

Por otra parte, parece que el amor fraternal practicado por los tesalonicenses había llegado a ser tan generoso que algunos se estaban aprovechando de él. Vivían a cuenta de los demás. Pablo no quiere que su exhortación de abundar más y más en amor se convierta en un aumento de aquel abuso. Por tanto, procede a hablar en contra de los que sacaban tajada de la situación.

<ejemplo de las ecuatorianas>

Se ve, por lo que el apóstol dirá más adelante en el 5:14, que existían en la iglesia de Tesalónica ciertos creyentes a los que él llama “ataktoi”. Esta palabra que provenía del mundo militar, se refería a los soldados subordinados, desordenados o indisciplinados. Con el tiempo adquirió otros matices más amplios, entre ellos el de referirse al trabajador ocioso y vago. En el caso específico de los tesalonicenses parece referirse a personas que habían dejado de dedicarse al trabajo y que vivían a expensas de otros miembros de la congregación. De ahí que en ambas epístolas Pablo tenga que dedicar espacio al tema de la obligación de trabajar.

Casi todos los comentaristas asocian este grupo a personas obsesionadas por las ideas erróneas a las que Pablo contesta un poco más adelante. Básicamente pensaban que la segunda venida de Cristo ya había ocurrido, o estaba tan próxima a ocurrir que los creyentes debían dejar sus empleos y dedicarse solamente a los asuntos del reino eterno. Así las cosas, debemos entender que el problema de los “ataknoi” no era la pereza, sino un error doctrinal y ético. Así habían dejado de trabajar por sostener ideas aparentemente espirituales y como consecuencia, estaban viviendo como parásitos. Dependían de la caridad de los demás creyentes. Esto, lejos de ser señal de una gran madurez y entrega al Señor demostraba una clara falta de amor fraternal. Abusaban de sus hermanos cuando el Señor les pedía que lso cuidasen. En vez de seguir estando ociosos, debían cumplir fielmente con sus obligaciones laborales.

Así el problema de los “ataknoi” era doble: Habían sucumbido a una especie de “histeria escatológica” y esta creencia en la inminente venida de Cristo les había conducido a abandonar el trabajo. En segundo lugar no habían entendido la voluntad del Señor en torno al trabajo.

Pablo emplea 5 frases para intentar dilucidar este asunto:

1)     Que tengáis por vuestra ambición el llevar una vida tranquila
2)     Que os ocupéis en vuestros propios asuntos
3)     Que trabajéis con vuestras manos, tal y como os hemos mandado
4)     A fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera
5)     A fin de que no tengáis necesidad de nada (o de nadie).

Las tres primeras frases dependen del mismo verbo, tengáis por vuestra ambición, e indican cuáles deben ser las aspiraciones del creyente en cuanto a su vida laboral. Las dos restantes dependen de la conjunción a fin de que e indican la finalidad que el creyente debe perseguir en sus prioridades laborales.

Así, lo primero que el apóstol les pide es que tengan ambición por llevar una vida tranquila. Para eso emplea deliberadamente una frase que parece ser contradictoria, algo así como que vuestra lucha consista en no tener luchas, que vuestra ambición sea no tener ambiciones o que os inquietéis por vivir quietos. Se trata de una frase sumamente gráfica.

Los indisciplinados estaban causando mucha perturbación en la iglesia, quizá predicando acerca del inmediato fin del mundo o animando a los demás a dejarlo todo para esperar la llegada del Señor. Sea como fuere, constituían un foco de entusiasmo emotivo y de desconcierto eclesial.

En lugar de esto deberían desear ser conocidos como personas estables y maduras que, lejos de causar trastornos innecesarios, sois ciudadanos útiles, pacíficos, solidarios y responsables.

Así el efecto de saber que Cristo volverá pronto, lejos de ser el de provocanos agitación interior, impaciencia e irresponsabilidad, debe ser el de darnos paciencia, serenidad y seguridad, además de hacer que nos entreguemos con mayor fidelidad a nuestras obligaciones sociales. La mejor situación en la que Cristo nos puede encontrar en el momento de su venida es viviendo tranquilamente ocupados en nuestro trabajo cotidiano y dando buen testimonio en nuestro lugar de empleo.

Lo segundo que el apóstol les pide, tras pedir que lleven vidas tranquilas, es que se ocupen en sus propios asuntos.

La vida ociosa suele provocar que nos metamos en donde no nos importa, es decir, en la vida de los demás. Se vuelve crítica, chismosa y quisquillosa. Fijaros lo que menciona en su segunda carta a los Tesalonicenses: “Porque oímos que algunos entre vosotros andan desordenadamente, sin trabajar, pero andan metiéndose en todo” (2 Tesalonicenses 3:11).

Por eso los indisciplinados deben dejar de inmiscuirse en los asuntos de los demás y atender debidamente sus propios asuntos. Tenemos que recordar que nuestro Señor ha encomendado a cada creyente una tarea y si alguien se encuentra sin un trabajo formal (por haberse jubilado), debe ocuparse en no entrometerse en las vidas ajenas, sino en cumplir con aquellas buenas obras que Dios prepara para los suyos, atendiendo las necesidades de los hermanos.

En tercer lugar el apóstol pide que trabajen con sus manos, tal y como él los ha mandado.

Cuando los misioneros estaban en Tesalónica, no solamente dieron buen ejemplo a los creyentes trabajando duramente de día y de noche (1 Tes. 2:9, 2 Tes 3:7-9, cf. 1 Cor 4:12) sino que mandaron a los creyentes que hicieran lo mismo (1 Tes 4:11; 2 Tes 3:10; cf. Efesios 4:28). Los tesalonicenses debían haber tenido clara, pues, su obligación como creyentes de trabajar y no estar ociosos. Pero algunos no habían hecho caso y necesitaban una nueva exhortación.

El hecho es que el trabajo por obligación no es agradable. ¡Preguntemos a cualquier adolescente! El esfuerzo en el trabajo va en contra de nuestros gustos egoístas que reclaman comodidad, ocio y diversión. El verbo empleado por Pablo no disfraza este aspecto desagradable, pues se refiere a un trabajo duro, fatigoso y esforzado, llevado a cabo con el sudor de nuestra frente (citando Génesis 3:19).

A causa de los aspectos desagradables del trabajo manual, en el mundo griego éste se contemplaba con desprecio como algo indigno de hombres de bien y apto sólo para los esclavos y los pobres.

Pero no es así en el mundo cristiano: (Hechos 20:34-35): “Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo:Más bienaventurado es dar que recibir.”

Pablo añade finalmente dos frases que indican las razones por las que los tesalonicenses deben ser laboriosos:

1)     Que os conduzcáis honradamente para los de fuera.

La primera es nuestro testimonio ante los incrédulos. El impacto sobre ellos de nuestra manera de vivir es siempre una consideración importante. Por amor al testimonio, debemos estar dispuestos a prescindir de comportamientos legítimos pero que pueden conducir a malentendidos. Somos embajadores de Cristo y debemos vivir en la sociedad de tal manera que nuestra conducta sirva para glorificar siempre a nuestro Señor (Mateo 5:16)

Sin duda, la práctica del amor fraternal en la iglesia de Tesalónica había sido motivo de asombro y admiración para sus vecinos inconversos. No así la indolencia y el abuso fraternal por parte de los vividores que aprovechaban la generosidad de la iglesia para justificar su abandono del trabajo. Éstos eran motivo de escándalo.

En un sentido el cristiano tiene que vivir sin preocuparse por la opinión del mundo, dado que sus pautas y sus normas son las de su Maestro y no las de la sociedad. Pero, en otro sentido, el creyente siempre tiene que pensar en el efecto que sus actos pueden tener sobre otras personas. Debe tener cuidado de no desacreditar la fe por descuidar las apariencias.

Un holgazán da muy mal testimonio de la fe que profesa, mientras que un trabajador honesto, cumplidor, fiel se gana el respeto de todos.

2)     Que no tengáis necesidad de nada.

La persona que se esfuerza en el trabajo tiene lo suficiente para cubrir sus propios gastos, contribuir a la iglesia y ayudar a los necesitados. Así disfruta de una independencia honorable. No tiene necesidades materiales y no tiene que ser una carga para nadie. Estos últimos matices están presentes en el texto griego, porque la frase traducida como “de nada” puede ser traducida también como “de nadie”.

El deseo normal de todo cabeza de familia debe ser el de ganar su propio sustento con el fin de poder cuidar adecuadamente de los suyos sin tener que depender de ayudas externas. Pero la Palabra de Dios va aún más lejos y nos pide que proveamos no sólo para los nuestros (1 Tim 5:8) sino también, si es posible, para los necesitados (Hechos 20:35, Efesios 4:28, Timoteo 6:18).


Antes de concluir nuestra meditación sobre este texto tengamos en cuenta las siguientes consideraciones:

En primer lugar Pablo dirige nuestra atención a dos áreas de comportamiento reprensible asociadas condos de las ordenanzas dadas por Dios en el momento de la Creación: el matrimonio y el trabajo. El apóstol empieza su enseñanza ética en el mismo punto en que lo hace el génesis.

En segundo lugar, notemos que la enseñanza de Pablo supone el fin de nuestro egocentrismo y el comienzo de una vida entregada a los demás. Si lo que determina nuestro comportamiento es nuestra propia comodidad y placer o nuestro afán de defender nuestros propios derechos e intereses, nunca entenderemos los mandamientos bíblicos en torno al sexo y al trabajo. Por eso, el llamamiento a agradar a Dios y a amar a nuestros hermanos constituye el marco en el cual se inserta el llamamiento a la pureza y al trabajo esforzado.

En tercer lugar, una palabra sobre el problema actual del paro, porque es como si os estuviera escuchando.

Debemos extremar la precaución en el momento de aplicar la enseñanza de estos versículos a aquellos hermanos que se encuentran sin trabajo. Debemos comprender que el problema que aborda el apóstol no es el de aquellos que desean trabajar pero que no encuentran empleo, sino el de los que, teniendo la posibilidad de trabajar en algo, lo desechan con argumentos pseudo-espirituales y luego viven de la generosidad de los cristianos.

La gran mayoría de creyentes que se encuentran sin empleo no son perezosos. Al contrario, están pasando por una situación traumática que atenta contra su autoestima y les da la sensación de no valer para nada. Necesitan de toda la comprensión y solidaridad y todo el amor fraternal que la iglesia pueda darles. Lo que menos necesitan es la torpe aplicación a su situación de este texto, el cual nada tiene que ver con ellos.

En cuarto lugar, una aclaración en cuanto al ministerio cristiano como “trabajo” legítimo. La intención de Pablo al hablar en contra de los que dependen de la caridad de los creyentes no puede ser cuestionar que la iglesia, en la medida de sus posibilidades, tenga el deber de sostener a sus pastores, o que lso que siembran lo espiritual puedan legítimamente cosechar lo material, porque esto sería negar lo que él mismo enseña explícitamente en 1 Corintios 9:13-14:

“¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio.”

Pero es de suma importancia distinguir entre lo que es un verdadero llamamiento de Dios al ministerio cristiano y lo que sólo es una decisión humana determinada por la reticencia a trabajar, y que busca en el ministerio una salida más “fácil”.

Lo cierto es que para la gran mayoría de creyentes, la voluntad de Dios es que cumplan con el mandato de trabajar seis días de la semana. La llamada a dedicar todo el tiempo al ministerio cristiano es para pocos y debe ser refrendada por una clara indicación de la voluntad divina. Asimismo, es cierto que Dios llama normalmente a su servicio a personas ya formadas en su profesión e involucradas en su trabajo secular.

Es interesante considerar el llamamiento de los discípulos de Jesús: Mateo (cobrando impuestos); Pedro y Andrés, Jacobo y Juan (echando o remedando las redes) o el de Pablo mismo, ya formado en el oficio de fabricar tiendas.

Un hombre que no ha sido capaz de defenderse como cristiano en un mundo laboral, difícilmente servirá para las luchas del ministerio pastoral. El hombre que nos ha demostrado fiel en el cumplimiento de las instrucciones en estos dos versículos, ¿Cómo podrá enseñarlas a otros?

Denney comentó: “Si no podemos ser santos en nuestro trabajo, no vale la pena que hagamos el esfuerzo de ser santos en ningún otro lugar… Tal vez algunos de nosotros anhelemos más tiempo libre a fin de estar disponibles para hacer trabajos espirituales y nos digamos que si tuviésemos más tiempo podríamos hacer mayores servicios a Cristo y a su causa… Pero esto es extremadamente dudoso. Si la experiencia nos ha enseñado algo es que no hay nada peor para la mayoría de los seres humanos que el no tener nada que hacer excepto ser religiosos… la vida diaria de trabajo… no nos roba la vida cristiana; en realidad la pone a nuestro alcance.”

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