Título: La vida que agrada a Dios.
Lectura: 1 Tesalonicenses 4:1-12
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Sermón completo:
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INTRODUCCIÓN:
Con estos versículos Pablo comienza una nueva sección en su
epístola a los Tesalonicenses. Si leyéramos estos dos últimos capítulos
completos notaríamos que hay 4 grandes secciones:
·
Instrucciones acerca de la conducta cristiana (4:1-12)
·
Explicaciones acerca de la venida del Señor: los
muertos y los vivos (4:13-18)
·
Explicaciones acerca de la venida del Señor: los
tiempos (5:1-11)
·
Instrucciones acerca de la conducta cristiana (5:12-24)
Llama la atención que los temas de “ética” y “escatología”
se mezclan. La razón es que estos dos temas constituyen las características
básicas de la vida del creyente. Al comienzo de esta epístola, el apóstol dijo
a los Tesalonicenses que una autentica conversión proporciona dos razones por
las cuales vivir: servir a Dios y esperar de los cielos al Señor Jesucristo
(1:9-10)
Hoy nos vamos a centrar en uno de estos dos aspectos: el de
la ética de una vida entregada a Cristo. Una lectura detallada de las secciones
dedicadas a la conducta cristiana 4:1-12 y 5:12-24 muestran un gran paralelismo
entre ambas secciones:
Os rogamos, hermanos (4:1)
|
Os
rogamos, hermanos (5:12)
|
Os exhortamos (4:3)
|
Os exhortamos (5:14)
|
Vuestra santificación (4:3)
|
Que Dios os santifique (5:23)
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Que os abstengáis de inmoralidad sexual (4:3)
|
Absteneos de toda forma de mal (5:22)
|
El Señor es vengador (4:6)
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Que ninguno devuelva a otro mal por mal (5:15)
|
Dios os da su Espíritu Santo (4:8)
|
No apaguéis al Espíritu (5:19)
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Amaros los unos a los otros (4:9)
|
Procurad siempre lo bueno los unos para con los otros
(5:14)
|
Llevar una vida tranquila (4:11)
|
Vivid en paz los unos con los otros (5:13)
|
Así pues es como si las dos secciones sobre la segunda
venida de Cristo formasen una cuña entre dos párrafos de exhortación con
respecto a asuntos sobre la vida diaria y la conducta. Esta estructura es de
por sí significativa. Sugiere que Pablo ve la buena conducta en esta vida como
algo inseparable de nuestra esperanza de cara a la vida venidera. Meditar sobre
los eventos del más allá no debe conducirnos jamás a desvincularnos de las realidades de la vida presente. Al
contrario, una correcta meditación en aquellos nos conducirá siempre a vivir
vidas actuales más consagradas, más sanas, más justas y más comprometidas con
nuestro prójimo.
El apóstol Pablo solía dedicar la segunda parte de sus
epístolas a las implicaciones éticas de las enseñanzas impartidas en la primera
parte (Romanos, Efesios, Colosenses…), y 1 Tesalonicenses. La primera parte ha
concluido y ahora el apóstol se vuelve de lo personal a lo más práctico y
exhortatorio.
Nuestra motivación para el buen comportamiento siempre
gira en torno a estos dos polos: la instrucción que hemos recibido y el hecho
de saber que daremos cuentas al Señor en el día final. Para conducirnos con
rectitud necesitamos mirara hacia atrás a la voluntad revelada de Dios, y hacia
delante al retorno de Cristo. Pero debemos recordar que las dos miradas
persiguen la misma finalidad. Así, en 1 Tesalonicenses, las diferentes
perspectivas de las dos partes tienen una misma intención: confirmar a los
creyentes en la fe y animarles en el camino de la santidad.
Así pues, el apóstol comienza la segunda parte de su carta
con una serie de exhortaciones morales que nos animan a poner en práctica las
enseñanzas que acaba de darnos en la primera parte. En concreto ponemos ver 4:
1.
Exhortación general al estilo de vida que agrada a Dios (4:1)
2.
Exhortación a la pureza sexual (4:2-8)
3.
Exhortación al amor fraternal (4:9-10)
4.
Exhortación a la laboriosidad (4:11-12)
Vayamos una por una:
Exhortación general al estilo de vida que agrada a Dios (4:1)
Antes de entrar en instrucciones éticas específicas
(4:2-12) necesitamos detenernos a considerar el versículo preliminar (4:1) en
el que Pablo plantea el tema general de nuestra vivencia consecuente como
creyentes. Se trata de un ruego encarecido a sus lectores.
“Por lo demás, …” es una sola
palabra en griego y marca la transición de la primera a la segunda sección.
Esta misma palabra la encontramos en otras epístolas paulinas, pero sólo en
aquí el apóstol la remarca con un “pues”, que además de añadir énfasis
sugiere continuidad. Al final de la sección anterior Pablo acaba de orar
pidiendo que Dios les conduzca a una santidad perfecta; ahora, “pues”, les
exhorta en el mismo sentido.
Además, Pablo, aunque haya pasado a un plano de
exhortación con autoridad sobre los Tesalonicenses, no pierde la cercanía, para
lo que usa el término afectuoso “hermanos” para referirse a sus oyentes. El
apóstol está a punto de usar un lenguaje más rotundo y exigente, porque va a
tocar temas personales de cada uno, y sin duda quiere volver a asegurar a sus
lectores su profundo afecto fraternal.
Esto se hace necesario, porque las instrucciones morales
que el apóstol está a punto de dirigir a los tesalonicenses son sumamente
serias. Por esta razón también las introduce con dos verbos: rogar y exhortar.
Hay poca diferencia entre ellos en cuanto al fondo del
significado (ambos introducen un requerimiento), pero sí que cambian en su
forma: el verbo rogar implica que el requerimiento se expresa mediante una
súplica o pregunta, mientras que exhortar sugiere una afirmación o mandato
directo. El primero sugiere pedir encarecida y enérgicamente; el segundo,
mandar de la misma manera.
Pablo era consciente de que era necesario que los
Tesalonicenses obedecieran a estos mandatos sí o sí, pero lo intenta exponer de
la forma más delicada que puede.
Pablo además no les exhorta bajo su propia
responsabilidad, sino en nombre de Cristo. La exhortación de Pablo se reviste
pues de la autoridad de Cristo y vendría a ser como: “Os exhortamos con la
autoridad que Cristo nos concede, en representación suya y en su nombre”.
Así, la exhortación que viene a continuación nos llega con
el sello de la autoridad de Cristo, además de transmitirnos una petición
apasionada del propio apóstol.
¿y cuál es esa exhortación general? Pues no es otra que el
que “abundemos en un estilo de vida que agrade a Dios”.
La importancia de esta instrucción general estriba en que
nos resultará difícil atender a los preceptos particulares (que luego va a
exponer) mientras no tengamos claro el principio general que los envuelve. Si
no asumimos bien la idea de que a partir de nuestra conversión debemos vivir
para llevar a cabo la voluntad de Dios y agradarle en todo, no aceptaremos de
buena gana los pormenores de lo que esa voluntad significa.
El apóstol transmite esta instrucción básica por medio de
tres verbos:
·
ANDAR: Este es un verbo que equivale en el N.T.
a vivir, comportarse o conducirse. Todo el propósito de la vida cristiana a
partir de la conversión debería ser avanzar en la senda marcada por Cristo,
persiguiendo siempre la meta del supremo llamamiento de Dios
(Filipenses 3:14).
Es interesante ver que este
camino por el que andamos los cristianos nada tiene que ver con el camino por
el que anda el resto del mundo.
·
AGRADAR:
Este verbo viene a explicar el primero. La manera en la que debéis andar no es
otra sino agradando a Dios. Andar con Dios y agradar a Dios son dos ideas
inseparables en las Escrituras. Por esto no podemos pensar que podemos andar
con Dios viviendo vidas que son desagradables para él.
Ya el profeta Miqueas lo dijo
mucho antes: “El te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que
demanda el SEÑOR de ti, sino sólo practicar la justicia, amar la misericordia,
y andar humildemente con tu Dios?” (LBLA - Miqueas 6:8)
En todo el N.T. se usa el
término “santo” (lit. apartado) para referirse a los recién convertidos a la fe
cristiana y los que han sido “apartados” para Dios deben vivir para él, no para
sí mismos. En lo sucesivo sus vidas deben ser “teocéntricas” y no
“egocéntricas”.
Notemos también que Pablo,
antes de ir a los asuntos que eran de la incumbencia de los Tesalonicenses, se
limita a dejarnos este principio general: andar de la manera en que agrademos a
Dios. Sus palabras tienen el mismo carácter general que encontramos en otras
exhortaciones suyas, como en Filipenses 1:27, “comportaos de una manera digna
del evangelio de Cristo”; o en Tito 3:8, “ocuparse en buenas obras”.
¿Y cómo agradaremos a un Dios
que no conocemos? Por tanto en la exhortación de Pablo también hay un desafío,
una responsabilidad de los cristianos a conocer a Dios y lo que le agrada.
Pablo no reduce la moralidad a una lista de prohibiciones y obligaciones, sino
que usa un principio flexible que puede aplicarse a cualquier dilema y que nos
rescatará de la rigidez impuesta por las normas (como ocurría con fariseos y
judíos en su época).
·
ABUNDAR: Tras andar y agradar, viene abundar.
Este verbo no suele aparecer sin mención de aquella cualidad en la que se
abunda, pero aquí no hay tal mención. El apóstol se limita a decir: “así
abundéis más y más”.
¿Abundar en qué? Aunque el
objeto no aparece de forma explícita, creo que el contexto hace que la
respuesta sea clara: abundar en cualquier clase de vivencia que agrada a Dios.
Nuevamente la exhortación es genérica.
Morris dijo “Las instrucciones específicas vendrán a
continuación, pero aquí a Pablo le preocupa la idea de que el creyente debe
crecer continuamente”.
Y esta exhortación no les llegaba a los Tesalonicenses
como algo nuevo, igual que para nosotros tampoco lo es, ¿verdad?. Los
Tesalonicenses ya lo habían escuchado de labios del apóstol cuando estuvo con
ellos en Tesalónica, y nosotros lo hemos leído innumerables veces en la Biblia
y lo hemos escuchado en infinidad de sermones.
En realidad este versículo describe el pasado, presente y
futuro de aquellas instrucciones:
a)
En el pasado las recibieron: El verbo recibir es una
palabra formal que casi viene a significar “en ellas fuisteis adoctrinados”
El apóstol no está a punto de
impartirles una doctrina novedosa, sino que va a confirmarles en lo que han
sabido desde el principio. Gran parte del ministerio docente de la iglesia
consiste en repetir lo ya sabido. Y es así porque una cosa es conocer la
doctrina en teoría, y otra muy diferente es vivirla en la práctica. A causa de
nuestra torpeza y lentitud en el aprendizaje, hay que volver vez tras vez a lo
mismo.
Y ¿Qué era lo que ya les había
enseñado en el pasado? Lo que Pablo ya les había enseñado fueron instrucciones
acerca de la manera en que debéis andar y agradar a Dios.
b)
En el presente las llevan a cabo: Pablo sabe que los
creyentes necesitamos un estímulo de constantes exhortaciones para seguir
adelante en el camino. No está acusándoles de no haber atendido a sus
instrucciones, sino reconociendo una debilidad común a todo ser humano. Por eso
añade la frase: “como de hecho ya andáis”, frase que por cierto, para los que
uséis RV60 observaréis que no viene en vuestras biblias, sin embargo, está
presente en los mejores manuscritos que tenemos, y por eso ya se incluye en la
mayoría de las versiones actuales
c)
En el futuro deben abundar más y más en ellas. Para la
vida cristiana el crecimiento debe ser algo continuo, un avance sin parar.
Nunca debemos pensar que ya hemos llegado. Siempre hay posibilidad de mejorar.
Nunca podemos descansar en los logros del pasado (gente que mira atrás constantemente). Siempre debemos proseguir a
la meta. Si no das fruto, hoy es un buen día para que comencemos a andar por
este camino de forma consistente, y si estamos ya dando frutos para Dios,
siempre cabe la posibilidad de dar más fruto (Juan 15:2)
Por eso, aún regocijándose en
la fidelidad presente de los tesalonicenses, Pablo les exhorta a que perseveren
y abunden. Para Dios, no ir a más es volver atrás.
A partir de aquí, una vez establecido el principio
general, Pablo pasa a temas más concretos.
Exhortación a la pureza sexual (4:2-8)
En el versículo 2, Pablo vuelve a insistir ante sus
lectores en que las exhortaciones que está a punto de exponer no son otras que
las mismas instrucciones que los misioneros ya les habían impartido estando en
Tesalonica: “pues sabéis qué preceptos os dimos por autoridad del Señor Jesús.”
Este párrafo referente a la pureza sexual se compone de
siete frases ordenadas de manera simétrica, de forma que la primera corresponde
a la última, la segunda a la penúltima, etc…
1.
Pues sabéis qué preceptos os dimos por autoridad del Señor
Jesús (v.2)
a.
El ministro humano y la autoridad de Dios
b.
Preceptos dados para enseñaros la santidad
2.
Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación
(v.3a)
a.
La voluntad de Dios: santificación.
3.
Es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual (v.3b)
a.
No a la fornicación.
4.
Que cada uno de vosotros sepa cómo adquirir su propio vaso en
santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no
conocen a Dios (v.4-5)
a.
Sí al matrimonio
5.
Y que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto (v.6)
a.
No al adulterio
6.
Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino a santificación
(v.7)
a.
El llamamiento de Dios: santificación.
7.
Por consiguiente, el que rechaza esto no rechaza a hombre,
sino al Dios que os da su Espíritu Santo. (v.8)
a.
El ministro humano y la autoridad de Dios.
b.
El Espíritu dado para capacitarnos para la santidad.
Inmediatamente salta a la vista que el meollo del párrafo
se encuentra en la frase 4, una afirmación acerca del matrimonio santo y
honroso como la única relación autorizada por Dios para dar cauce a la
sexualidad. Esta es la pieza clave hacia la cual apuntan las demás. A cada lado
de ella aparecen textos que prohíben las pobres alternativas pecaminosas al
matrimonio: la fornicación y el adulterio. Más allá están las frases que
enfatizan el principio que subyace en toda la ética cristiana: la
santificación. Y el párrafo empieza y termina recordándonos que estas
instrucciones no son de fabricación humana, sino que proceden de Dios mismo,
aunque sean transmitidas por hombres.
En cuanto al v.2, está claro que anticipa la conclusión a
la cual llegará el apóstol en el v.8: “puesto que los preceptos apostólicos en
torno al sexo y al matrimonio proceden del Señor Jesús, quienes los desobedecen
no rechazan a hombres, sino a Dios.
<Verano – impureza sexual>
En el v.1 ya vimos la solemnidad de estos preceptos para
los que realmente han creído en Cristo: no son opcionales, sino obligatorios,
pues proceden en última instancia del Señor Jesucristo mismo. Realmente la
palabra traducida como preceptos, en el original griego, era una palabra usada
en el ámbito militar, y quiere decir mandatos u órdenes.
Pablo no vacilaba en su convicción de ser heraldo y
portavoz de Dios. Los mandamientos no eran suyos sino del Señor. Por eso, puede
pasar de hablar de preceptos dados por medio del Señor Jesús a hablar
inmediatamente después de la voluntad de Dios. Y este sigue siendo el quid de
la cuestión. Las instrucciones de estos dos capítulos, ¿son para nosotros meras
sugerencias dadas por un misionero del siglo primero –grande como hombre de
Dios, sin duda, pero falible como todo ser humano– a una congregación
determinada en circunstancias determinadas y, por tanto, de validez limitada?
¿O son verdadera Palabra de Dios, órdenes dadas por el Señor de señores, y por
tanto, de validez universal e ilimitada, que deben ser obedecidas sin
discusión? Esta es la cuestión que debemos resolver antes de proseguir. El
apóstol lo tenía claro, sin duda. ¿y nosotros?
La voluntad de Dios es, en primer lugar y de forma global,
nuestra santificación. En la vida diaria tenemos que desasociarnos de toda
forma de pecado y aferrarnos a toda forma de virtud.
Para cumplir el deseo de Dios, hay que abandonar los
deseos de la carne y la mente (Efesios 2:3 y Romanos 8:5-8). O, dicho de otra
manera, para ser irreprensibles en santidad en el día de Cristo, debemos
avanzar continuamente en el proceso de santificación a lo largo de esta vida.
En cierto sentido, ya somos santos desde el momento de nuestra conversión
(tomando la palabra santo como: apartado para Dios y su servicio), pero esto no
quiere decir que desde ese momento seamos perfectos en nuestra vivencia, sino
que hemos sido apartados verdaderamente para vivir conforme a su voluntad. A
partir de aquel momento comienza un proceso en el cual las viejas actitudes y
los viejos hábitos van siendo desechados más y más y reemplazados con nuevas
actitudes dignas del servicio a Dios, se trata de un proceso muy largo pero
también muy necesario, y buena parte del Nuevo Testamento está dedicada a
enseñarnos cómo se puede promover.
Como ya hemos mencionado, aquel proceso es dirigido y
perfeccionado por Dios mismo. Pero la soberanía divina no elimina la
responsabilidad humana. La santificación no se logra al margen de la obediencia
a los preceptos de estos capítulos. Los tesalonicenses en su época, y nosotros
hoy, hemos de ser colaboradores de Dios no sólo en la evangelización de otros,
sino también en nuestra propia santificación.
De la afirmación de Pablo acerca de la santificación,
dependen tres frases diferentes, cada una de las cuales ilustra un área en la
que los tesalonicenses deben aprender a ser santos. El principio general
(vuestra santificación) ha sido positivo; pero las tres frases siguientes son
negativas, enseñándonos cosas que atentan contra la santidad:
1.
Que os abstengáis de inmoralidad sexual
2.
Que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en
santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no
conocen a Dios
3.
Que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto
Y a renglón seguido, Pablo añade otras tres frases que dan
las razones de estas exigencias y advierten cuáles son las consecuencias de no
acatarlas..
1.
Porque el Señor es el vengador en todas estas cosas, como
también antes os lo dijimos y advertimos solemnemente.
2.
Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino a santificación
3.
Porque el que rechaza esto no rechaza a hombre, sino a Dios
que os da su Espíritu Santo.
Parece ser que en todas estas frases el apóstol está
contemplando diferentes desviaciones del patrón matrimonial establecido por
Dios y las consecuencias que éstas acarrearán. Su tema en estos versículos es
uno, no varios. La impureza sexual.
Esta, pues, es la voluntad de Dios para el creyente. Si
deseamos de verdad andar de tal manera que agrademos a Dios en todo, nuestro
afán será mantenernos puros, porque nuestro Señor quiere que lo seamos.
Debemos tener en cuenta que en aquel momento Pablo
escribía desde Corinto a Tesalónica, dos ciudades que tenían una merecida
reputación en el Imperio Romano a causa de su degradación sexual. En ambos
lugares se practicaba la prostitución religiosa y los ritos de adoración a
ciertas divinidades que incluían inmoralidad y fornicación sacramental.
No debe sorprendernos que Pablo comprendiera que, en su
día (como también en el nuestro, el choque frontal entre una vida santa y una
vida mundana se notaba principalmente en el área de la sexualidad. No es que el
apostol creyera que la santificación puede reducirse a la castidad, ni mucho
menos que tuviera una especial fobia al pecado sexual; sino que comprendía que
por ahí es donde se libraban las batallas más crudas para los recién
convertidos.
La palabra traducida aquí como fornicación es “porneia”. Y
aunque en su origen se refería a la práctica de la prostitución, llegó a
aplicarse a toda clase de relación sexual ilícita, que no cumpliera el mandato
de Dios. Conforme a las Escrituras, sólo es lícita la unión sexual dentro del
matrimonio entre un hombre y una mujer. Por tanto, para los cristianos, el
concepto de “poneia” incluye las
relaciones sexuales prematrimoniales (lo que llamamos fornicación), las
relaciones sexuales extra-matrimoniales (el adulterio) y también las relaciones
sexuales con alguien de tu mismo sexo.
Es posible que Pablo esté pensando sobre todo en el
adulterio del que va a hablar a continuación, pero conviene recordar que Pablo
empezó con un llamamiento general a vivir una vida conforme a la voluntad de
Dios, la cual es nuestra santificación, y en ese contexto, podemos extender su
mensaje también a todas estas formas de “porneia”.
En la vida pagana, la promiscuidad se consideraba casi
normal. La abstinencia les resultaba irrazonable. No se concedía mucha
importancia a las relaciones sexuales fuera del matrimonio, más bien se las
trataba como inevitables y normales al ser parte de sus rituales de adoración
religiosa pagana.
Vivir una vida santa en medio de esa clase de sociedad era
ir contra corriente y ser tenido por excéntrico, fanático o reprimido. Pablo
sabía perfectamente que lo que estaba pidiendo –mejor dicho, exigiendo– chocaba
frontalmente con la ética reinante de su día
¿No os resulta familiar esta
descripción? – Ministerio entre los adolescentes y situación de los jóvenes en
la sociedad actual.
Pero no por saber que su enseñanza iba a ser chocante,
Pablo suaviza sis exigencias. El pueblo de Dios es un pueblo aparte, un
pueblosanto. Precisamente se caracteriza por no dejarse arrastrar por los
criterios del mundo, sino por la voluntad de Dios….. y la inmoralidad sexual
provoca la ira de Dios y quedará impune. Los recién convertidos deben saberlo.
Por eso la primera instrucción del apóstol en torno a la
sexualidad del creyente es que éste debe romper taxativamente con toda forma de
inmoralidad.
En nuestra congregación, como en la de Tesalónica, hay
casados y solteros, niños, adolescentes, adultos y ancianos, hombres y mujeres,
nacionales y extranjeros, … pero Pablo no hace distinción, y el Señor tampoco.
Este mandato es para todos, tengamoslo en cuenta.
A continuación Pablo usa una frase que a nosotros nos
resulta algo ambígua: “… que cada uno de vosotros sepa como poseer
su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como
los gentiles que no conocen a Dios”.
La ambigüedad surge de la interpretación del verbo griego
“ktaomai” que traducimos por “poseer”, pero que también puede ser traducido más
literalmente por “adquirir” y del sustantivo “skéuos” que traducimos por
“vaso”, y cuyo significado metafórico usado en muchas otras partes de la propia
Biblia es “esposa” o “cuerpo”.
Así, eligiendo una u otra opción en ambos casos podríamos
traducir: “Que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad” o “que
cada uno de vosotros sepa adquirir/tener su propia esposa en santidad”, sin
violentar el original griego.
Hay argumentos a favor de ambas interpretaciones, pero la
segunda opción está más avalada tanto por la evidencia interna (contexto en el
propio párrafo y contexto general del uso de la palabra “vaso” como “esposa” en
otras partes de la Biblia) como por la evidencia externa (es el uso
convencional de la palabra “ktaomai”)
Así pues, Pablo, ante las diversas formas de inmoralidad
sexual practicadas en el mundo, exhorta a los tesalonicenses a que abracen el
matrimonio cristiano: que cada uno adquiera su propia esposa y mantenga con
ella una relación de santidad y honor, en contraste con la promiscuidad,
impureza y vergüenza que caracteriza el comportamiento sexual del mundo.
Mencionar que las solteras deben
estar contentas en base a 1 Corintios 7:32-35: “Yo preferiría que estuvieran
libres de preocupaciones. El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de
cómo agradarlo. Pero el casado se preocupa de las cosas de este mundo y de cómo
agradar a su esposa; sus intereses están divididos. La mujer no casada, lo
mismo que la joven soltera, se preocupa de las cosas del Señor; se afana por
consagrarse al Señor tanto en cuerpo como en espíritu. Pero la casada se
preocupa de las cosas de este mundo y de cómo agradar a su esposo. Les digo
esto por su propio bien, no para ponerles restricciones sino para que vivan con
decoro y plenamente dedicados al Señor.”)
En brutal contraste con el camino de la santidad
matrimonial trazado por el Señor está el camino de desenfreno sexual seguido
por los gentiles.
Según el apóstol, el mundo gentil se caracteriza por su
pasión de concupiscencia. La palabra traducida como concupiscencia es
literalmente deseo; pero, con en el caso de la palabra pasión, Pablo la emplea
siempre con sentido peyorativo. Por ejemplo:
·
No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no
obedezcáis sus lujurias (Romanos 6:12)
·
Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne
con sus pasiones y deseos (Gálatas 5:24)
Tal y como sugiere esta cita de Gálatas, la palabra pasión
casi es sinónima de deseo. Pero mientras que deseo nos habla de apetitos
ilícitos, pasión nos habla de apetitos desorbitados.
Es lógico que los que no conocen a Dios vivan en impiedad,
injusticia e impureza, empleando el sexo como instrumento de gratificación
egoísta. Pero es impensable que un creyente viva así. De la misma manera que la idolatría y la inmoralidad van
cogidas de la mano, así también la adoración al Dios vivo y verdadero debe ir
acompañada por una sexualidad santa y pura.
Hasta aquí la inmoralidad sexual ha sido contemplada como:
·
Una ofensa contra Dios: Si Dioses quien nos ha llamado
a la santificación, pecamos contra él cuando cometemos impurezas. Recordad las
palabras de David que veíamos la semana pasada cuando hubo cometido adulterio
con Betsabé (Salmos 51:3-4a): “Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi
pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he
hecho lo malo delante de tus ojos;”
·
También Pablo ha reconocido, aunque sólo sea de una
manera implícita que la inmoralidad del marido es una ofensa contra su esposa.
·
Ahora nos recuerda que la inmoralidad atenta también
contra los intereses y derechos de terceras personas. Atenta contra la
integridad de otro hogar.
El adulterio, pues, además de ser una ofensa contra Dios y
al esposa, es un agravio vergonzoso y un perjuicio engañoso contra el hermano.
Seguramente Pablo está pensando en primera instancia en el
terrible daño que el adulterio causa cuando ocurre entre dos miembros de la
iglesia. Sin embargo, no debemos restringirlo sólo al hermano en Cristo, sino
que debemos incluir a todo ser humano. Aunque Pablo esté pensando
principalmente en las relaciones dentro del seno de la iglesia, sus palabras
tienen valor universal.
Antes hemos mencionado que Pablo está pensando sobre todo
en el adulterio, sin embargo, en base al principio general y universal
mencionado al comenzar la sección, sus palabras son válidas para otras clases
de inmoralidad. Aplicando el mismo criterio de contexto, ahora podemos decir
que este principio no sólo aplica a las relaciones dentro del seno de la
iglesia.
Así pues, habíamos visto que Pablo daba tres frases de
exhortación a la pureza sexual:
1.
Que os abstengáis de inmoralidad sexual
2.
Que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en
santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no
conocen a Dios
3.
Que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto
Ahora pasa a dar tres razones por las que no debemos
practicar la inmoralidad sexual, que son:
1.
Porque el Señor es el vengador en todas estas cosas, como
también antes os lo dijimos y advertimos solemnemente.
2.
Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino a santificación
3.
Porque el que rechaza esto no rechaza a hombre, sino a Dios
que os da su Espíritu Santo.
La primera razón es que El Señor es Vengador en todas
estas cosas.
Todos los pecados de inmundicia sexual recibirán su pago.
Hay muchas infidelidades sexuales que no salen a la luz pública. El marido
ofendido o la familia afectada pueden desconocer el engaño practicado contra
ellos. Y aún en el caso de que salgan a la luz, una sociedad como la nuestra
puede perdonarlos y aún aplaudirlos en vez de condenarlos y castigarlos. Pero
Dios lo ve todo y es vengador aún de las cosas hechas en secreto. Y porque el
vengador es Dios, para el pecador no hay escapatoria.
Por supuesto la venganza de Dios no alcanzará su
culminación hasta el día que nos presentemos ante Él, pero las Escrituras nos
enseñan que, aún ahora, Dios obra para ejercer venganza y retribución sobre los
que desobedecen sus mandamientos.
Lo que más debe provocar en nosotros una seria reflexión
es el hecho de que Pablo no escriba aquí a los inconversos, sino a los
convertidos; y que no contemple las caídas morales de los incrédulos, sino de
los creyentes. El mismo Dios que en tiempos del Antiguo Pacto no perdonó las
fornicaciones de su pueblo (1 Corintios 10:8) tampoco perdonará la inmoralidad
sexual de los crsitianos. La justicia de Dios es la misma ahora que entonces.
Escuchad con atención la solemne advertencia de cartas
dirigidas a creyentes del Nuevo Pacto:
·
No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo
lo que el hombre siembre, eso también segará (Gálatas 6:7)
·
Conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo pagaré. Y
otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en las manos del
Dios vivo! (Hebreos 10:30-31)
Por lo tanto, nuestra meta debe ser la santidad. Y no sólo
porque mirando hacia adelante vemos que Dios juzgará a los que practican tales
cosas, sino que si miramos atrás veremos que “Dios no nos ha llamado a
impureza, sino a santificación”, y si miramos presente, veremos que “Dios nos
da a su Espíritu Santo” para capacitarnos para la santidad.
Así, no debemos abstenernos de la inmoralidad sólo por
temor al juicio, sino también por gratitud y asombro al considerar que Dios nos
ha llamado y separado del mundo para que seamos su propio pueblo y reflejemos
aquella imagen moral de Dios que ha quedado maltrecha por el pecado. La
santidad no debe considerarse una triste represión, sino un alto privilegio.
Esto es lo que los misioneros han predicado y lo que los
tesalonicenses habían recibido y creído: La Palabra de Dios.
Pero las cosas no acaban aquí. El llamamiento de Dios no
es solamente un llamamiento a una expresión de conversión y regeneración en el
pasado y a una entrada en su reino eterno y en su gloria en el futuro, sino que
es un llamamiento también a una vivencia justa, pura y santa en esta vida.
Debe existir, por tanto, una radical diferencia entre los
estilos de vida del creyente y del incrédulo. Nos compete a cada uno de
nosotros examinarnos y decidir a cual de las dos opciones pertenecemos, porque
o seguimos la santidad conforme a la voluntad y el llamamiento de Dios; o
seguimos la inmundicia conforme a los deseos de la carne, el mundo y el diablo.
Si aún no le has entregado tu vida al Señor, debes tener
en cuenta lo que pedirá Dios de ti, y si Dios ya te llamó, piensa que fue con
un propósito; y ese propósito no era que vivieras en inmoralidad, sino que
fueras santo como él mismo lo es.
La tercera razón por la que la inmoralidad no debe tener
cabida en el creyente es porque atenta contra la voluntad expresa de Dios
mismo. Más aún, hace violencia a Dios, a su ley y a su Espíritu.
El verbo traducido aquí por rechazar significa tener en
poco, despreciar, descuidar, por lo que aquí se tratar de las personas que
tratan con ligerenza el pecado sexual.
Es como si os oyera: “Cualquiera puede tener un desliz,
¿no?” “Ya sabes cómo somos los hombres. Por algo tenemos apetitos”….
Estas actitudes de disculpa, o tolerancia o justificación
de la inmoralidad pueden parecer razonables; pero de hecho hacen violencia a
Dios y su Palabra. Ya hemos dicho que nuestra sociedad trata el pecado sexual
como una trivialidad, pero para Dios es un asunto sumamente serio. El creyente
que resta importancia a la inmoralidad desestima la voluntad revelada de Dios y
comete un serio agravio contra su Señor.
Más específicamente, según Pablo, tal creyente no rechaza
a hombre, sino al Dios que os da su Espíritu Santo. Y es interesante observar
que no dos dice “dio”, sino “da”. El don del Espíritu Santo, una vez recibido
ha de ser aprovechado continuamente. Cristo, que nos bautizó en el Espíritu
cuando creímos en él, ahora nos da de beber constantemente de aquel mismo
Espíritu (1 Corintios 12:13)
La persona que se niega a seguir los preceptos de santidad
establecidos en la Palabra de Dios atenta no contra lo humano, sino contra lo
divino. Muchas veces, estos preceptos nos llegan a través de algún mensajero
humano: por medio de sermones, conferencias o libros. Por supuesto, necesitamos
tener cuidado, porque no todo lo que se predica os e escribe es Palabra de
Dios. Pero si el predicador es fiel a su Señor y a las instrucciones reveladas,
entonces su mensaje debe ser recibido no como la palabra dehombres, sino como
lo que realmente es, la palabra de Dios.
Es especialmente importante recordar las enseñanzas de
estos versículos en una época como la nuestra, en la que se está desarrollando
mucho el ministerio de la consejería.
Cuanto más profesional y más estudios tenga el consejero,
mejor será su consejo para determinados asuntos, pero al final, los consejos
humanos podemos aceptarlos o rechazarlos a nuestro antojo. Pero no es así con
los mandamientos divinos. Es importante hacer esta distinción. Hay lugar para
los consejos humanos. Hay momentos en los que un consejero debe decir “Digo yo,
no el Señor”. Pero hay otros en los que debemos hablar con plena autoridad
diciendo “instruyo, no yo, sino el Señor” (1 Corintios 7:12, 10).
Al finalizar esta sección cabe plantearnos la pregunta:
“¿Es realista esta enseñanza del apóstol? ¿Acaso puede alguien mantenerse santo
en medio de las enormes presiones de su propia carne y las seducciones y
tentaciones del mundo en el que nos ha tocado vivir? La fuerza del apetito
sexual puede variar en distintas personas, así como en diferentes edades o
etapas de la vida; pero para muchos hombres y no pocas mujeres llega a tener
dimensiones aparentemente insaciables e incontrolables. Muchos creyentes se dan
por vencidos y acaban practicando una doble vida caracterizada por la piedad de
cara a la galería y la profunda suciedad en secreto.
Si la fuerza de nuestra carne es así, aún en la mejor de
las condiciones, ¿Cómo esperar que viva una vida pura aquella joven creyente
que es señalada por sus compañeros como la única chica de su clase en el
instituto que aún es virgen? ¿Cómo podemos mantenernos puros cuando el erotismo
(por no decir la pornografía) nos asalta en los anuncios publicitarios, en las
revistas, en los quioscos, en la televisión, en internet…?
El diablo mismo nos tiende la trampa y nos ataca por los
cuatro costados, y luego se ríe y nos acusa de no servir como instrumentos
válidos en el servicio de Dios. A muchos les parece utópico practicar la
santidad hoy en día. Quizá hace 100 años, antes de la revolución sexual, era
posible, pero ahora…
Sin embargo, Dios no es un Dios que nos exija lo imposible
o lo absurdo, sino lo justo, lo alcanzable y lo que es para nuestro propio
bien. Evidentemente, al apóstol Pablo le parecía verosímil y razonable exigir
santidad sexual a los tesalonicenses, aún a pesar del desenfreno de la sociedad
en la que vivían. Y estas mismas enseñanzas son razonables y practicables en
nuestros días también.
Podemos decir que hay factores que hacen posible una vida
de santidad, aún en el S. XXI. Estos factores son los que ya hemos visto:
·
El temor de Dios
·
La llamada de Dios
·
El poder del Espiritu Santo
Pero hay más factores aparte de estos. Y eso es lo que va
a presentar el apóstol en los siguientes versículos: el amor fraternal y el no
estar ociosos.
Exhortación al amor fraternal (4:9-10)
El tono del texto cambia. Pablo procede de las demandas de
la castidad a las de la caridad, del amor ilícito al amor imprescindible. Si
acaba de hablar acerca de aquello de lo cual los tesalonicenses deben
abstenerse, ahora habla de aquello en lo que deben abundar.
Este cambio de tema no es fortuito. En cierto sentido, el
amor fraternal es la respuesta cristiana a la inmoralidad del mundo, pues la
dureza de una vida de castidad vivida en medio de una sociedad promiscua se
suaviza cuando recibimos el apoyo de una comunidad caracterizada por su amor.
Si el cristianismo nos exige pagar el precio de la
santidad sexual, nos recompensa abundantemente mediante los ricos dones y las
sólidas experiencias de la comunión fraternal.
Esto se veía muy claramente en la iglesia primitiva. Los
primeros creyentes se caracterizaban por dos cualidades que les distinguían de
sus contemporáneos incrédulos: la pureza y el amor. No se entregaban a la
promiscuidad de sus conciudadanos, pero, por otra parte, tenían fama de ser
personas que practicaban el amor fraternal.
Tertuliano, en su “Apología”, pudo hablar de la admiración
expresada por los incrédulos al ver cómo los cristianos se amaban los unos a
los otros, mientras que el escéptico Luciano de Samosata testificó a principios
del S.II: “Es increíble ver el fervor con que la gente de esa religión se
ayudan unos a otros en sus necesidades; no retienen nada para sí mismos; su
primer legislador (Jesucristo) les ha hecho creer que todos ellos son hermanos”
¿Es así como la gente nos ve a nosotros? Está bien que
nuestro prójimo nos conozca por nuestro repudio a la inmoralidad, pero sólo si
a la vez pueden envidiar la calidad positiva de nuestras relaciones.
El amor cristiano “ágape” es un amor generoso,
desinteresado, benévolo y abnegado, y debemos extenderlo a todos los seres humanos,
sean creyentes o no, sean amables y dignos, o no. Es el amor que Dios nos ha
mostrado a nosotros en Cristo, un amor inmerecido.
Ágape aparece en nuestro versículo pero no como
sustantivo, sino en la forma verbal “amaros”. Al decir “en cuanto al amor
fraternal” Pablo emplea otro vocablo: “Filadelfia”. Esta palabra se refiere al
amor especial que une a los miembros de una familia, es un amor cuyos vínculos
brotan de una relación familiar. Debe ser tan generoso y abnegado como ágape,
pero con más sentido de obligación y de cariño, porque lo ejercemos sobre uno
que pertenece a mi familia y es una parte mía.
¿Sentimos esa obligación, esa preocupación y ese cariño?
Debería ser cierto que los creyentes somos conocidos por nuestro amor
fraternal. A fin de cuentas nuestro Señor nos lo manda y su espíritu nos
capacita para ello, por lo cual podemos decir que quien no ama a sus hermanos
da evidencias de no ser de Dios ni de conocerle (1 Juan 3:10; 4:8)
Pero, ¿cómo podemos amar a nuestros hermanos en Cristo de
esta forma? Dios suele reunir en su familia a personas que, según los criterios
del mundo, tendrían que estar enfrentadas.
Pablo dice que el secreto está en que habéis sido
enseñados por Dios a amaros unos a otros.
¿En qué sentido nos enseña Dios? En al menos tres sentidos
diferentes: Mediante la amonestación, el ejemplo y el Espíritu Santo. Veamoslo:
1)
Dios nos enseña por su amonestación. Amarás a tu
prójimo como a ti mismo; yo el Señor (Levítico 19:18). Pablo sabía muy bien que
la ley refleja fielmente la enseñanza de Dios acerca del amor fraternal.
2)
Dios nos enseña por su ejemplo.
a.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros
amarnos unos a otros. (1 Juan 4:10-11)
b.
Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en
amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros,
ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. (Efesios 5:1-2)
c.
Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os
he amado. (Juan 15:12)
3)
Dios nos enseña por su Espíritu. Mas el fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu,
andemos también por el Espíritu. (Gálatas 5:22-24)
¿Amas pues a tus hermanos en Cristo? Si no, sométete a la
enseñanza de Dios, presta atención a sus mandamientos, medita en su ejemplo, y
no te resistas a la obra de su Espíritu, sino entrégate para que él te llene
del amor de Cristo.
Y si los amas ya de esta forma, ¿te puedes relajar?
En el caso de los Tesalonicenses Pablo ha alabado el amor
fraternal que ya practicaban, y ahora vuelve a hacerlo. Estas palabras no son
una mera fórmula de cortesía, sino que Pablo sentía lo que les decía, de hecho
lo sentía tanto, que lo puso por ejemplo a los Corintios (2 Corintios 8:1-5).
En la descripción que hace a los Corintios, vemos que el
amor que profesaban los Tesalonicenses no era un brote excepcional de amor,
sino una práctica habitual y continuada. Tampoco era un amor discriminatorio
(todos sentimos afecto por algunos hermanos), pero ellos practicaban el amor
fraternal con todos. Y además no se limitaba sólo al ámbito de su iglesia
local, sino que lo extendían a todas las congregaciones de Macedonia (su
provincia). De hecho sabemos que existían nuevos creyentes en toda Macedonia
por la evangelización que ellos habían llevado a cabo, y que los tesalonicenses
habían entablado una relación de amor fraternal con todos ellos.
Desde luego, aunque el amor fraternal deba ser algo
profundamente sentido, se expresa no sólo en sentimientos y palabras, sino
también en hechos:
“Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano
tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en
él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en
verdad.” (1 Juan 3:17-18)
Pero a pesar de este derroche de amor fraternal, los
tesalonicenses no deben dormirse en los laureles. Nosotros tampoco. Siempre hay
espacio para que el amor crezca y vaya a más. Nunca debemos quedarnos
satisfechos con lo que ya hemos alcanzado, sino que debemos abundar más y más.
De hecho debería ser así en todas las áreas de nuestra
santificación, porque sabemos que nuestra justificación, redención y la obra de
salvación, ya se han llevado a cabo una vez para siempre (Hebreos 10:10, 12,
14). Pero en cuanto a nuestra santificación y transformación, la idea es
debemos abundar y crecer más y más.
Mientras estemos en esta vida nunca llegaremos a la meta
de la perfección ética; siempre tenemos que avanzar. Por eso, Pablo ahora dice:
“Os instamos hermanos, a que abundéis en ello más y más”.
Los hombres somos poco constantes en lo que hacemos y por
eso el diablo introduce abundantes motivos de desánimo y disgusto que hacen que
dejemos de practicar el amor fraternal.
Esforcémonos, pues. La lógica bíblica no es: “Puesto que
Dios es quien obra en vosotrso tanto el querer como el hacer, no necesitáis
preocuparos pur vuestra slavación”, sino: “Precisamente porque Dios obra,
ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor (Filipenses 2:12-13). No
debemos decir: Puesto que Dios me enseña y su Espi´ritu me fortalece, no
necesito esforzarme por amar a mis hermanos; sino: Precisamente porque estas
cosas son ciertas, vale la pena esforzarme; por la gracia de Dios, abundaré en
amor fraternal más y más hasta que el Señor me llame a su presencia.
Exhortación a la laboriosidad (4:11-12)
Pablo acaba de exhortar a los tesalonicenses en torno a
las obligaciones del amor fraternal. Ahora aborda el tema de las obligaciones
de la laboriosidad. Aparentemente, son dos temas bien diferentes. Pero el hecho
de que las frases de los versículos 11 y 12 dependan del mismo verbo “instamos
que” empleado en el versículo anterior indica que, para Pablo, la dedicación al
trabajo no es más que una extensión del amor. Ganar el sostenimiento propio es
una forma de amar, porque quien se sostiene trabajando no necesita depender de
otros. En cambio, quién se dedica a una vida de ocio suele ser egocéntrico y
vivir como un parásito social.
El que ama a su prójimo desea trabajar, porque mediante su
trabajo sirve a su prójimo y mediante su salario que percibe recibe recursos
con los cuales poder atender a las necesidades de los demás. En este sentido,
el amor fraternal y el trabajo honesto van asidos de la mano.
Por otra parte, parece que el amor fraternal practicado
por los tesalonicenses había llegado a ser tan generoso que algunos se estaban
aprovechando de él. Vivían a cuenta de los demás. Pablo no quiere que su
exhortación de abundar más y más en amor se convierta en un aumento de aquel
abuso. Por tanto, procede a hablar en contra de los que sacaban tajada de la
situación.
<ejemplo de las ecuatorianas>
Se ve, por lo que el apóstol dirá más adelante en el 5:14,
que existían en la iglesia de Tesalónica ciertos creyentes a los que él llama
“ataktoi”. Esta palabra que provenía del mundo militar, se refería a los
soldados subordinados, desordenados o indisciplinados. Con el tiempo adquirió
otros matices más amplios, entre ellos el de referirse al trabajador ocioso y
vago. En el caso específico de los tesalonicenses parece referirse a personas
que habían dejado de dedicarse al trabajo y que vivían a expensas de otros
miembros de la congregación. De ahí que en ambas epístolas Pablo tenga que
dedicar espacio al tema de la obligación de trabajar.
Casi todos los comentaristas asocian este grupo a personas
obsesionadas por las ideas erróneas a las que Pablo contesta un poco más
adelante. Básicamente pensaban que la segunda venida de Cristo ya había
ocurrido, o estaba tan próxima a ocurrir que los creyentes debían dejar sus
empleos y dedicarse solamente a los asuntos del reino eterno. Así las cosas,
debemos entender que el problema de los “ataknoi” no era la pereza, sino un
error doctrinal y ético. Así habían dejado de trabajar por sostener ideas
aparentemente espirituales y como consecuencia, estaban viviendo como
parásitos. Dependían de la caridad de los demás creyentes. Esto, lejos de ser
señal de una gran madurez y entrega al Señor demostraba una clara falta de amor
fraternal. Abusaban de sus hermanos cuando el Señor les pedía que lso cuidasen.
En vez de seguir estando ociosos, debían cumplir fielmente con sus obligaciones
laborales.
Así el problema de los “ataknoi” era doble: Habían
sucumbido a una especie de “histeria escatológica” y esta creencia en la
inminente venida de Cristo les había conducido a abandonar el trabajo. En
segundo lugar no habían entendido la voluntad del Señor en torno al trabajo.
Pablo emplea 5 frases para intentar dilucidar este asunto:
1)
Que tengáis por vuestra ambición el llevar una vida tranquila
2)
Que os ocupéis en vuestros propios asuntos
3)
Que trabajéis con vuestras manos, tal y como os hemos mandado
4)
A fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera
5)
A fin de que no tengáis necesidad de nada (o de nadie).
Las tres primeras frases dependen del mismo verbo, tengáis por vuestra ambición, e indican
cuáles deben ser las aspiraciones del creyente en cuanto a su vida laboral. Las
dos restantes dependen de la conjunción a
fin de que e indican la finalidad que el creyente debe perseguir en sus
prioridades laborales.
Así, lo primero que el apóstol les pide es que tengan
ambición por llevar una vida tranquila. Para eso emplea deliberadamente una
frase que parece ser contradictoria, algo así como que vuestra lucha consista en no tener luchas, que vuestra ambición sea
no tener ambiciones o que os inquietéis por vivir quietos. Se trata de una
frase sumamente gráfica.
Los indisciplinados estaban causando mucha perturbación en
la iglesia, quizá predicando acerca del inmediato fin del mundo o animando a
los demás a dejarlo todo para esperar la llegada del Señor. Sea como fuere,
constituían un foco de entusiasmo emotivo y de desconcierto eclesial.
En lugar de esto deberían desear ser conocidos como
personas estables y maduras que, lejos de causar trastornos innecesarios, sois
ciudadanos útiles, pacíficos, solidarios y responsables.
Así el efecto de saber que Cristo volverá pronto, lejos de
ser el de provocanos agitación interior, impaciencia e irresponsabilidad, debe
ser el de darnos paciencia, serenidad y seguridad, además de hacer que nos
entreguemos con mayor fidelidad a nuestras obligaciones sociales. La mejor
situación en la que Cristo nos puede encontrar en el momento de su venida es
viviendo tranquilamente ocupados en nuestro trabajo cotidiano y dando buen
testimonio en nuestro lugar de empleo.
Lo segundo que el apóstol les pide, tras pedir que lleven
vidas tranquilas, es que se ocupen en sus propios asuntos.
La vida ociosa suele provocar que nos metamos en donde no
nos importa, es decir, en la vida de los demás. Se vuelve crítica, chismosa y
quisquillosa. Fijaros lo que menciona en su segunda carta a los Tesalonicenses:
“Porque oímos que algunos entre vosotros andan desordenadamente, sin trabajar,
pero andan metiéndose en todo” (2 Tesalonicenses 3:11).
Por eso los indisciplinados deben dejar de inmiscuirse en
los asuntos de los demás y atender debidamente sus propios asuntos. Tenemos que
recordar que nuestro Señor ha encomendado a cada creyente una tarea y si
alguien se encuentra sin un trabajo formal (por haberse jubilado), debe
ocuparse en no entrometerse en las vidas ajenas, sino en cumplir con aquellas
buenas obras que Dios prepara para los suyos, atendiendo las necesidades de los
hermanos.
En tercer lugar el apóstol pide que trabajen con sus
manos, tal y como él los ha mandado.
Cuando los misioneros estaban en Tesalónica, no solamente
dieron buen ejemplo a los creyentes trabajando duramente de día y de noche (1
Tes. 2:9, 2 Tes 3:7-9, cf. 1 Cor 4:12) sino que mandaron a los creyentes que
hicieran lo mismo (1 Tes 4:11; 2 Tes 3:10; cf. Efesios 4:28). Los
tesalonicenses debían haber tenido clara, pues, su obligación como creyentes de
trabajar y no estar ociosos. Pero algunos no habían hecho caso y necesitaban
una nueva exhortación.
El hecho es que el trabajo por obligación no es agradable.
¡Preguntemos a cualquier adolescente! El esfuerzo en el trabajo va en contra de
nuestros gustos egoístas que reclaman comodidad, ocio y diversión. El verbo
empleado por Pablo no disfraza este aspecto desagradable, pues se refiere a un
trabajo duro, fatigoso y esforzado, llevado a cabo con el sudor de nuestra
frente (citando Génesis 3:19).
A causa de los aspectos desagradables del trabajo manual,
en el mundo griego éste se contemplaba con desprecio como algo indigno de
hombres de bien y apto sólo para los esclavos y los pobres.
Pero no es así en el mundo cristiano: (Hechos 20:34-35): “Antes
vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están
conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando
así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús,
que dijo:Más bienaventurado es dar que recibir.”
Pablo añade finalmente dos frases que indican las razones
por las que los tesalonicenses deben ser laboriosos:
1)
Que os conduzcáis honradamente para los de fuera.
La primera es nuestro testimonio ante los incrédulos. El
impacto sobre ellos de nuestra manera de vivir es siempre una consideración
importante. Por amor al testimonio, debemos estar dispuestos a prescindir de
comportamientos legítimos pero que pueden conducir a malentendidos. Somos
embajadores de Cristo y debemos vivir en la sociedad de tal manera que nuestra
conducta sirva para glorificar siempre a nuestro Señor (Mateo 5:16)
Sin duda, la práctica del amor fraternal en la iglesia de
Tesalónica había sido motivo de asombro y admiración para sus vecinos
inconversos. No así la indolencia y el abuso fraternal por parte de los
vividores que aprovechaban la generosidad de la iglesia para justificar su
abandono del trabajo. Éstos eran motivo de escándalo.
En un sentido el cristiano tiene que vivir sin preocuparse
por la opinión del mundo, dado que sus pautas y sus normas son las de su
Maestro y no las de la sociedad. Pero, en otro sentido, el creyente siempre
tiene que pensar en el efecto que sus actos pueden tener sobre otras personas.
Debe tener cuidado de no desacreditar la fe por descuidar las apariencias.
Un holgazán da muy mal testimonio de la fe que profesa,
mientras que un trabajador honesto, cumplidor, fiel se gana el respeto de
todos.
2)
Que no tengáis necesidad de nada.
La persona que se esfuerza en el trabajo tiene lo
suficiente para cubrir sus propios gastos, contribuir a la iglesia y ayudar a
los necesitados. Así disfruta de una independencia honorable. No tiene
necesidades materiales y no tiene que ser una carga para nadie. Estos últimos
matices están presentes en el texto griego, porque la frase traducida como “de
nada” puede ser traducida también como “de nadie”.
El deseo normal de todo cabeza de familia debe ser el de
ganar su propio sustento con el fin de poder cuidar adecuadamente de los suyos
sin tener que depender de ayudas externas. Pero la Palabra de Dios va aún más
lejos y nos pide que proveamos no sólo para los nuestros (1 Tim 5:8) sino
también, si es posible, para los necesitados (Hechos 20:35, Efesios 4:28,
Timoteo 6:18).
Antes de concluir nuestra meditación sobre este texto
tengamos en cuenta las siguientes consideraciones:
En primer lugar Pablo dirige nuestra atención a dos áreas
de comportamiento reprensible asociadas condos de las ordenanzas dadas por Dios
en el momento de la Creación: el matrimonio y el trabajo. El apóstol empieza su
enseñanza ética en el mismo punto en que lo hace el génesis.
En segundo lugar, notemos que la enseñanza de Pablo supone
el fin de nuestro egocentrismo y el comienzo de una vida entregada a los demás.
Si lo que determina nuestro comportamiento es nuestra propia comodidad y placer
o nuestro afán de defender nuestros propios derechos e intereses, nunca
entenderemos los mandamientos bíblicos en torno al sexo y al trabajo. Por eso,
el llamamiento a agradar a Dios y a amar a nuestros hermanos constituye el
marco en el cual se inserta el llamamiento a la pureza y al trabajo esforzado.
En tercer lugar, una palabra sobre el problema actual del
paro, porque es como si os estuviera escuchando.
Debemos extremar la precaución en el momento de aplicar la
enseñanza de estos versículos a aquellos hermanos que se encuentran sin trabajo.
Debemos comprender que el problema que aborda el apóstol no es el de aquellos
que desean trabajar pero que no encuentran empleo, sino el de los que, teniendo
la posibilidad de trabajar en algo, lo desechan con argumentos
pseudo-espirituales y luego viven de la generosidad de los cristianos.
La gran mayoría de creyentes que se encuentran sin empleo
no son perezosos. Al contrario, están pasando por una situación traumática que
atenta contra su autoestima y les da la sensación de no valer para nada. Necesitan
de toda la comprensión y solidaridad y todo el amor fraternal que la iglesia
pueda darles. Lo que menos necesitan es la torpe aplicación a su situación de
este texto, el cual nada tiene que ver con ellos.
En cuarto lugar, una aclaración en cuanto al ministerio
cristiano como “trabajo” legítimo. La intención de Pablo al hablar en contra de
los que dependen de la caridad de los creyentes no puede ser cuestionar que la
iglesia, en la medida de sus posibilidades, tenga el deber de sostener a sus
pastores, o que lso que siembran lo espiritual puedan legítimamente cosechar lo
material, porque esto sería negar lo que él mismo enseña explícitamente en 1
Corintios 9:13-14:
“¿No sabéis que los que trabajan en las
cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar
participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que
vivan del evangelio.”
Pero es de suma importancia distinguir entre lo que es un
verdadero llamamiento de Dios al ministerio cristiano y lo que sólo es una
decisión humana determinada por la reticencia a trabajar, y que busca en el
ministerio una salida más “fácil”.
Lo cierto es que para la gran mayoría de creyentes, la
voluntad de Dios es que cumplan con el mandato de trabajar seis días de la
semana. La llamada a dedicar todo el tiempo al ministerio cristiano es para
pocos y debe ser refrendada por una clara indicación de la voluntad divina.
Asimismo, es cierto que Dios llama normalmente a su servicio a personas ya
formadas en su profesión e involucradas en su trabajo secular.
Es interesante considerar el llamamiento de los discípulos
de Jesús: Mateo (cobrando impuestos); Pedro y Andrés, Jacobo y Juan (echando o
remedando las redes) o el de Pablo mismo, ya formado en el oficio de fabricar
tiendas.
Un hombre que no ha sido capaz de defenderse como
cristiano en un mundo laboral, difícilmente servirá para las luchas del
ministerio pastoral. El hombre que nos ha demostrado fiel en el cumplimiento de
las instrucciones en estos dos versículos, ¿Cómo podrá enseñarlas a otros?
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